Rosita: “me parece que soy una persona alegre, trabajadora, decidida, feliz con lo que la vida me dio”

Rosa Dolores Chaine Scaffo, de 71 años, es hija de Julia de las Mercedes Scaffo de Chaine (así me lo dijo y así lo pongo) y de Waldemar Chaine Reyes. De ese matrimonio nacieron cuatro hermanos. Rosita es la mayor; le siguen Elsa, Hugo y Marita.

Por Anabela Prieto Zarza

Está casada con Enrique Homero Martínez Hugarte y es mamá de cuatro hijos. En broma dice “trillizos y uno más”, porque los tres primeros fueron seguiditos. Además, es abuela de diez nietos. El mayor es Enrique Eduardo, de 52 años, papá de Belén, Mateo, Manuela y Julita. Le sigue María Laura, de 51, mamá de Sofía y Catalina. Gisella María, de 50, mamá de Morena. Y el menor, Juan Andrés, de 47 años, papá de Caetano, León y Simona. Esa familia, además de numerosa, es hermosa, a la que se suman nueras y yernos divinos, “gracias a Dios”.

Tuvo una infancia tranquila, sin problemas. El padre era militar, la madre ama de casa; una familia de clase media, pero pasaban bien de bien, alegres, contentos. Vivían en Batlle y San Martín.

Concurrió a la Escuela Nº 1 y recuerda a la maestra Dora Aldao, a quien tuvo durante dos años, en 5º y 6º. La quería mucho. Hizo Secundaria en el Liceo Rubino, donde cursó hasta el inicio del bachillerato. Dejó a mitad de año, cuando estaba por cumplir 17, y estudió dactilografía y contabilidad particular.

Con 17 cumplidos, en un baile del Centro Unión, en carnaval, conoce a Enrique. Fue el único novio que tuvo en su vida. Creo el hombre no le dio tiempo. Siete meses de noviazgo y, el 19 de agosto de ese mismo año, 1972, contraen matrimonio. Esta joven había cumplido 18 años pocos días antes, el 11 de agosto.

Estaban enamorados y vivieron, y viven enamorados. Lo de “pan y cebolla” era una realidad. Enrique había dado varios concursos para ingresar a bancos, algo muy anhelado en aquella época, pero no se había dado. Comienza entonces la obra del Hospital nuevo y, como Enrique era estudiante de ingeniería, ingresa a la empresa Cabrera Di Marco como ayudante de ingeniero para trabajar en la oficina. Luego Enrique fue al Palmar con la misma empresa y durante 10 años viajaba los fines de semana. Ese fue el sustento de la novel familia.

En 1981, Rosita trabajaba tejiendo para la exportación para Mercedes Menafra. Luego ingresó a una financiera y, mientras tanto, hizo cursos de repostería y cocina en la UTU. Esto le permitió comenzar a trabajar en la Confitería San Juan, elaborando sándwiches, saladitos y oficiando de moza en las fiestas. También en el servicio de fiestas de “El Nacional”.

Inquieta, buscadora de oportunidades, trabajadora incansable, empezó a hacer servicios de fiestas para particulares. Trabajaban todos en su casa; era un emprendimiento familiar que llevaban adelante con su esposo e hijos.

En 1993 ingresa a la Intendencia como administrativa en el Museo Rivera y, en el año 95, la trasladan al Conservatorio de Música, ubicado en calle Batlle, que reabría sus puertas en ese momento. Esto cambió, sin dudas, su vida. Inspirada por el entorno, comienza a tomar clases de violonchelo y canto lírico, participando desde 1995 hasta 2010.

En 1996 se inaugura el Coro Municipal. Rosita, junto a Marta Casaballe y Yamandú, son los fundadores del Coro, que cumple 30 años en 2026. Ingresar al Coro fue el broche de oro de la transformación que había comenzado cuando entró al Conservatorio.

Sus hijos fueron abandonando el nido, volviéndose independientes. Orgullosa dice: “todos estudiaron, todos tienen su futuro asegurado; podemos decir que les pudimos dar las herramientas necesarias para que lo lograran y ellos las supieron aprovechar”. Los varones son ingenieros de sistemas; una de las chicas es peluquera y tiene su peluquería, y la otra es enfermera. Pero Rosita destaca que lo más importante es que “son gente de bien…”.

Desde ese momento comenzó a dedicarse a lo que le gustaba: a ella misma. Enrique también. Hicieron excursiones por todo el país, organizadas por ellos, y concurrían a carreras de caballos en Argentina con la empresa Ciudad de Durazno y con la empresa de Choca. No quedó hipódromo que no recorrieran. Ganaban algún peso y hacían lo que les gustaba, sobre todo Enrique, un apasionado y estudioso de los caballos, incluso comunicador del tema.

Nunca dejó, hasta el día de hoy, de cocinar para afuera, lo que también le genera algún ingreso extra a la jubilación, a la que se acogió hace seis años. Cocinar es también, una excusa para encontrarse con sus amigas de toda la vida, a quienes visita a diario y con quienes rememora las mejores épocas.

Con el Coro se ha sentido realizada por diversos motivos: primero, por su formación personal, porque es un coro de nivel; segundo, por los vínculos con los integrantes, que son casi una familia; también por los éxitos alcanzados, han logrado premios nacionales e internacionales, y por la oportunidad de viajar dentro y fuera del país, conocer otras culturas, otras gentes, interactuar con otros corautas y generar vínculos con gente maravillosa que habla el mismo idioma: el de la música.

Para realizar estos viajes, muchas veces el trabajo para financiarse es arduo: venta de comida, beneficios, actividades varias. Pero no le importa, porque los resultados siempre han sido que todos los integrantes del Coro puedan viajar.

La llegada de los nietos marcó profundamente la vida de Enrique y Rosita. Cuando llegó Belén, Rosita escribió hojas y hojas contando las emociones que sintió, igual que cuando nació Sofía su segunda nieta.

Otro momento pleno de afecto fue la fiesta que le organizaron sus hijos cuando cumplieron 50 años de casados. Fue tremendo. Una sorpresa. No tiene palabras para expresar la emoción que sintieron ni lo agradecida que está con sus hijos por eso.

Mirando atrás, siente que es increíble el amor que se manifiestan mutuamente con Enrique. Cuando se casaron, Rosita se vino “del otro lado de la ruta a vivir a la casa de una familia del centro”, que la recibió divino. “Aprendí todo lo que tenía que aprender para encajar”. La marcó el afecto que la familia y los vecinos tuvieron por Enriquito cuando nació. Ese cambio al que se adaptó fue determinante para que Rosita sea la persona que es hoy y que continúa adaptándose a las nuevas propuestas que la vida le presenta. Su principal motivación, siguen siendo sus hijos, sus nietos, sus familias: estar presente en sus vidas, sin invadir; con amor y para lo que requieran.

Tiene muchos sueños: que sus nietos se reciban, en el sentido de que logren herramientas para su desempeño; que sean felices. Materialmente, su sueño más grande es tener su casa. “Tengo mi casa, pero quiero tener una casa mía y de Enrique, para esperar juntos el último día. Todos los demás sueños que tuve se me cumplieron”.

Nos deja su mensaje:

“Vivan, sueñen, luchen por lo que crean. Todo se puede, nada es imposible, todo está ahí al alcance de la mano. Canten, rían, bailen… Con Enrique bailamos y nos hace tanto bien.”