Rosita se reconoce como una persona muy ansiosa: necesita tener todo al día, todo bajo control. Para ella, todo es para hoy; no puede dejar nada para mañana.
Por Anabela Prieto Zarza
Rosa Matilde Porcile Torres, de 65 años, conocida por todos como Rosita, así le dicen desde siempre, es hija de Héctor Enrique (Quique) y de Carmen, y la única mujer entre cuatro hermanos. Quique, que acaba de celebrar sus jóvenes 95 años, trabajó primero 20 años en la Barraca Alonso hasta su cierre; luego fue albañil en la empresa de Pancho Valetta y finalmente ingresó a la Policía, donde permaneció hasta su jubilación. Carmencita, quizás de ahí haya surgido el diminutivo Rosita, era modista y cosía para afuera. Era una familia trabajadora, humilde, sin lujos, pero donde jamás faltó nada. Rosita recuerda que siempre tenía ropa nueva para salir que le hacía su mamá.
Con su esposo, Rubén Almada, formaron una linda familia. Allí nació Silvana, hoy una preciosa mujer que desde niña se destacó por su responsabilidad. Rosita cuenta que nunca tuvo que pedirle que hiciera los deberes: los hacía sola, incluso cuando pasaba tiempo con su abuela. En el liceo fue igual: estudiosa, responsable, dedicada. Hoy es abogada, vive en Montevideo con su esposo Hugo y su hijo Agustín.
Para Rosita, su nieto Agustín, de 9 años, es su mayor tesoro. No hay vez que te cruces con ella sin que tenga una anécdota para contar sobre él. Es un niño dulce, inteligente, divertido, maravilloso: “tiene una respuesta para todo”. Es su mimoso. Y su llegada marcó profundamente a la familia: ayudó a todos a salir adelante luego de la dolorosa pérdida de Gonzalo, el primer nieto, que falleció con 9 meses tras no superar su segunda operación. Ese dolor, Rosita lo sabe, no se olvida ni se supera. También reconoce que mima mucho a Agustín… “y me gusta”, dice riendo, mientras confiesa que los postrecitos en la heladera son su debilidad, aunque después el niño la “culpe” por tantos dulces.
La infancia de Rosita transcurrió en el Barrio Durán. Su mamá quiso que hiciera la primaria en la Escuela Nº 8. Guarda recuerdos muy gratos de su niñez, de sus compañeros y, sobre todo, de sus maestras. Algunas aún las sigue viendo; otras ya no están.
Luego cursó hasta 4º de liceo en el Rubino. Terminó con apenas 16 años y decidió ponerse a trabajar, por voluntad propia, para lo cual sus padres debieron tramitar un permiso de menor.
Así ingresó al Súper 18, donde continúa trabajando hasta el día de hoy. Increíblemente, Rosita acompañó la fundación del comercio. En febrero de 2026 cumplirá 49 años de trabajo en el mismo lugar. Con razón muchos la conocemos como “Rosita, la del Súper”.
Aunque siempre trabajó como cajera, cuando ingresó se hacía de todo: fiambrería, salón, reposición. Quienes eran clientes con crédito seguramente lo recuerden: se firmaban boletas a dos vías, una para el cliente y otra para la empresa. Rosita se sabía de memoria todas las direcciones; las escribía sin necesidad de preguntar. “A veces pasaba por una calle que no conocía, veía una casa y no sabía quién vivía allí… pero cuando el cliente venía y yo llenaba la boleta, la dirección la tenía clarita”.
Eran otros tiempos. Con Ricardo Zerpa y Cristina mantenían un vínculo mucho más fuerte que lo laboral: eran como familia. Ese lazo de cariño, respeto y amistad continúa hasta hoy, incluso con sus hijas.
“Los extrañamos muchísimo cuando se fueron desprendiendo del negocio. Cuidaron mucho a sus empleados. Cambiaron muchas cosas con la modernización y las grandes firmas, pero así es la vida, y hay que seguir adelante y acostumbrarse”.
Y sí, coincido con Rosita: los habrán extrañado los empleados, pero también los clientes. Era lindo verlos allí, atentos, presentes. Pero, como dice Rosa, así son las cosas y seguramente ellos hoy disfrutan de un merecido descanso.
En el trabajo pasaron muchas cosas, incluso el inicio de su historia de amor. Rubén era policía y hacía guardia en el Banco Comercial, justo enfrente del Súper. Ahí empezó todo. Además, los fines de semana
era “Varita” (para quienes no lo saben, policías que ordenaban el tránsito con un cinturón y un bastón blancos) y controlaba el tránsito en 18 de Julio. Rosita ríe al recordar: “Rubén vigilaba solo la cuadra del Súper”, seguramente para verla a ella.
No hace falta aclararlo: para Rosita, el trabajo ha sido su vida. En las conversaciones familiares, Rubén se lo señala a menudo, pero esa es su forma de ser, su sentido de responsabilidad. Nunca tuvo una falta que no fuera justificada por motivos de salud; siempre llegó en hora, aceptó los horarios establecidos y cubrió turnos ante cualquier imprevisto. Es parte de su esencia.
Su día comienza a las 6 de la mañana: se levanta y va a limpiar la casa de su padre. Luego se va a trabajar. Al mediodía vuelve para dejarle el almuerzo. A la tarde, completa su horario. Adora a su padre, se preocupa por él y, sobre todo, se ocupa. Hace pocos días tuvo un accidente y por varios días no pudo ir a verlo. Lo extrañaba muchísimo. Apenas pudo caminar, lo primero que le pidió a Silvana fue: “Llevame a ver a papá”. A veces se pregunta qué será de ella cuando se jubile, porque su vida se ordena entre su casa, su familia, su padre y su trabajo.
Tiene anécdotas de todos los colores, como es natural después de tantos años en el mismo lugar. Recuerda que, recién ingresada, había colocado latas de arvejas en un estante y se las tiraron para que las acomodara nuevamente. El error: no todas estaban con las letras hacia arriba. “Cómo iba a saber, si nunca en mi vida había visto una lata de arvejas”, cuenta entre risas. Con su primer sueldo compró panchos para que su padre viera qué eran, porque nunca los habían probado. Lindos recuerdos de una época muy distinta.
En sus tiempos libres le gusta… “limpiar”, dice riendo. También cose para ella misma, por ejemplo, renueva los almohadones. Y en los 16 días que estuvo de licencia recientemente, pintó los techos de su casa y las rejas. Le encanta estar siempre haciendo algo. Pero, por supuesto, lo que más disfruta es recibir a su familia, especialmente a su nieto.
Cree que las mujeres tenemos un rol muy importante en la comunidad, que estamos presentes y atentas hasta en las cosas más simples. Considera que esa sensibilidad particular nos permite ocuparnos de todo aquello que deseamos.
Lo único que espera del futuro es poder ver a su nieto grande y feliz, y que sea “buena gente”.
Está convencida de que tener un trabajo no es simplemente tener un empleo: es tener independencia, libertad para tomar decisiones sin depender de nadie. Por eso, para ella, el trabajo es tan importante.
