Elsa es una mujer tranquila, trabajadora y luchadora. Muy vergonzosa, pero cuando tiene que enfrentar las cosas, ese yo interior desaparece y simplemente avanza.
Por Anabela Prieto Zarza
Elsa Guillermina Iglesias Albornoz es hija de Carlos y María, hermana de Magela y Carlos. Viene de un hogar hermoso, muy cuidado y protegido, con una niñez maravillosa en la que los tres hermanos compartían todo el tiempo los espacios de juego. Esa relación tan linda y cercana se mantiene hasta el día de hoy.
Tiene tres hijas: María Alejandra, Gimena y Antonella y es abuela de Constanza, Conrado y Juan Francisco. Sus hijas fueron la meta por la cual luchó siempre, entregando con orgullo su vida hacia ellas; por eso hoy disfruta ampliamente sus realizaciones, como personas y profesionales.
Siempre la conocí como Elsa, por lo que le pregunté por qué ahora usa Guillermina. Me respondió: “Lo empecé a usar a partir de que me amigué con mi segundo nombre. Me generó mucho rechazo en mi niñez, no me identificaba, me daba vergüenza; no había justificación para ese rechazo.”
Hace unos diez años, después de racionalizar muchos hechos y situaciones de la vida, se preguntó por qué no aceptar un nombre tan lindo, y se amigó con él. Esto sorprendió a conocidos y amigos: algunos le dicen Elsa Guillermina, pero hoy a ella le gusta que le digan Guille.
De niña concurrió a la Escuela Nº 2. Tiene grandes recuerdos de sus compañeros y maestros; cree que lo que le inculcaron en esa niñez fue lo que, poco a poco, ha ido transmitiendo a lo largo del tiempo y la vida.
Tuvo una infancia feliz, rodeada de una familia grande, con una casa de abuelos donde se hacían reuniones familiares numerosas que permitieron mantener, incluso hasta hoy, los lazos unidos en base a esos lindos recuerdos. Eso mismo quiso transmitir a sus hijas. Su casa era también lugar de reunión para sus amigos.
En secundaria asistió al Liceo Rubino, en una adolescencia en la que las jóvenes eran muy cuidadas. Tenía padres muy presentes: la mamá ocupándose de los estudios, y el papá controlando las salidas, siempre rondando y cuidando. Nunca le molestó; de hecho, hizo lo mismo con sus hijas, que en reuniones familiares se lo recuerdan “jocosamente”, y reconoce que ellas van por el mismo camino.
Continuó estudios terciarios y eligió Veterinaria porque le gustaban los caballos y pensaba dedicarse a eso. Pero se enamoró, se casó y volvió a Durazno. Tenía que hacer algo y la opción fue Magisterio. Mientras cursaba primer año nació su hija mayor. Terminó Magisterio e hizo Profesorado de Biología. No se arrepiente de las nuevas opciones y agrega, contundente: “Yo no me arrepiento de nada en mi vida.” Hacerlo sería, a pesar de mucho, negar cosas buenas que le sucedieron.
Antes de terminar el profesorado ya estaba trabajando. Ingresó a UTU y al año siguiente al Liceo 2, luego al Rubino. Puede decir que la UTU fue su motor laboral, donde estuvo 35 años. Allí se vivía un ambiente muy especial: el compañerismo era diferente y, hasta el día de hoy, mantiene un grupo activo de amigos y compañeros que se siguen reuniendo para festejar la vida y organizar comidas.
Considera que la docencia es una actividad muy exigente, que requiere la dedicación de mucho tiempo, pero sobre todo, mucho de uno mismo. Los alumnos no van solo a aprender saberes; muchos necesitan contención, y sabe que para algunos fue un referente. Es una profesión cuyo único reconocimiento es cuando por la calle alguien te grita “¡Hola, profe!”, y entonces uno sabe que a esa persona algo valioso le dejó.
Hace dos años se jubiló. Sintió que había cumplido un ciclo. Su vida se había vuelto rutina: levantarse a las 07.00 de la mañana, trabajar todo el día y volver a las 18 horas a un hogar que, por cosas de la vida,
habitaba sola. Eso la hizo pensar y darse cuenta de que había llegado el momento, todo es un ciclo y éste se había cumplido.
Después de jubilarse entendió que había pasado más de la mitad de su vida trabajando, y consideró que el tiempo que le quedaba debía dedicárselo a ella misma: “Ahora me toca a mí.”
Hoy se siente bien, puede hacer lo que quiere, incluso cuando no está haciendo nada. Primero disfrutó de ese no hacer nada; siempre mantuvo la actividad física, pero ahora la disfruta desde otro lugar. Luego comenzó a participar en talleres, clases de fotografía y otras actividades.
Una amiga la invitó a participar de la Comisión Directiva del Pequeño Teatro, al que asistía como espectadora. No dudó: dijo que sí. Le daba curiosidad cómo funcionaba desde adentro. Le gusta organizar, hacer cosas, algo que había hecho toda su vida. Al tiempo la llamaron para avisarle que en las elecciones generales había sido votada. No sabía que existía ese proceso.
Desde hace tres años participa activamente, ocupando la Presidencia. Comparte la comisión con seis compañeros con quienes forma un equipo de trabajo muy lindo. Es muy gratificante el reconocimiento de la gente y ver cómo se van sucediendo las actividades del Pequeño Teatro. Otra actividad en la que deja el alma: es honoraria, pero vale la pena el “sigan así”.
En su tiempo libre lee literatura general y le gusta leer más de un libro a la vez. Tiene un libro de cabecera: El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry. Es un libro que siempre regala y recomienda leer muchas veces. En su cumpleaños, sus hijas le obsequiaron una torta con El Principito y el Zorro, su capítulo favorito. “Todos precisamos un amigo”, dice.
Le gusta viajar. Hace dos años dejó de hacerlo con regularidad porque está dedicada al Pequeño Teatro, pero no lo extraña ni lo plantea como una queja: nunca se queja de nada; vive la vida aceptando y transformando lo que puede. Los viajes cortos con sus hijas nunca faltan.
No tiene sueños pendientes porque va haciendo lo que la vida le propone. Tenía un sueño: cantar en una murga. Y el año pasado, aunque no era una murga en sí, participó en un taller de murga y sintió que cumplió ese sueño. Antes de casarse tocaba la guitarra y cantaba; luego dejó entre matrimonio e hijas, (eran otros tiempos). Por eso, cuando retomó el canto en ese taller, se sintió realizada otra vez.
A sus nietos les dice que tiene un sueño con ellos, y ellos lo saben: quiere tener con ellos la complicidad que tuvo con su abuela.
Un hecho que marcó su vida fue la pérdida de su compañero. Aprendió de la fragilidad de la vida y quizá por eso hoy le resulte más fácil dejarse llevar. La batalla que enfrentaron juntos, las cosas que debió hacer, hicieron que sus miedos quedaran atrás. Cree firmemente, que las mujeres no deben permitir que nadie les diga lo que pueden o no pueden hacer.
Considera que contar esto por acá, simplemente es apoyar un proyecto muy lindo, de alguien que también está haciendo suyo el tiempo, logrando crear cosas que disfruta.
