Verónica: Una mujer segura de sí misma, independiente, acompañada y al mismo tiempo, libre

Verónica Nibia González Sappia, de 58 años, hija de Cacho y Coca, hermana de Mauricio, que hoy tendría 55, y de Alejandro, de 57. Con Walter han construido una hermosa y consolidada familia, integrada por su hija Florencia, de 36; por adopción, Andrés su yerno; y su nieto Lucca, de 6 años, del cual hablaremos después.

Por Anabela Prieto Zarza

Nació en el campo, en la zona de Tejera. La madre se hacía cargo del tambo: ordeñaban, criaban chanchos, hacían quinta, picaban leña. Los tres niños, desde chicos, ayudaban en todas las tareas. El padre trabajaba en las rutas y no paraba mucho en la casa. Estaban solo a 13 km, pero las rutas eran de balasto, no había teléfono y los medios de transporte y comunicación eran otros. Iban a la escuela de Ombúes haciendo dedo, por lo cual tenían que salir a las 8 de la mañana, porque si esperaban el ómnibus que pasaba a las 10, llegaban tarde. A la vuelta era igual: a veces regresaban de tardecita; no era fácil encontrar quién los llevara y el tránsito de vehículos era escaso. Y eran niños “cero falta”. Con lluvia, tormenta o sol, se iba a la escuela, a pesar de que la directora le decía a Coca: “No los mandes así”. Esos días, en que eran los únicos asistentes, los ponían a dibujar. “Pasábamos buenaso.” Hoy piensa que era sacrificado, pero no se daban cuenta: era normal.

Recuerda los días de heladas y escarchas; Alejandro siempre terminaba empapado. Recuerda el frío que pasaban. Hasta ahora es algo que evita: invierno o verano, sale con abrigo. Pasar frío la marcó. Entre risas, Verónica cree que la madre los mandaba igual porque ese rato era un momento de descanso dentro de todo lo que tenía que hacer.

Comienza el liceo y viajan todos los días a Durazno. Era difícil integrarse: no conocía a nadie, era gordita, “canaria” y tímida; no hablaba en clase. Se vende el campo y, con casi 15 años, la familia se viene a Durazno. Esto le cambió la vida. Comenzó a socializar, a vincularse con otros jóvenes. Igual, la timidez la superó recién de grande.

Termina 4º año en el Liceo Rubino. Le dan dos opciones: magisterio o trabajar en una tienda. Ingresa a Pre-Magisterio, luego a Magisterio, porque pensó que después podría irse a estudiar a Montevideo y seguir otra carrera.

Pero pasaron otras cosas: conoció a Walter de muy jovencita, se casaron y no se arrepiente. Casada y recibida, se va a vivir al campo, al departamento de Flores, a la casa de sus suegros, donde estuvo 6 años. Ejerció en una escuela de Flores. Allí nace Florencia. No fue una época fácil: a los tres días, una meningitis provoca que la bebé sea trasladada al CTI en Montevideo, mientras la madre queda internada en Durazno. Los pronósticos no eran alentadores, todo lo contrario. Contra todo pronóstico, Florencia está aquí: alegre, divertida, inquieta, completa, ha formado su hogar, estudió, tiene su niño hermoso. Así como superó la meningitis, superó una hidrocefalia que le detectaron a los 3 meses y que motivó el implante de una válvula, que a los 17 años tuvieron que recolocar por una caída en moto. Florencia es una mujer feliz.

Después del nacimiento de Florencia y de superar los desafíos con su bebé, Verónica atravesó otros momentos difíciles: perdió dos embarazos a término, una nena y un varón. En el último se descubre que se trataba de un problema de incompatibilidad de grupos sanguíneos que, si se hubiera detectado en el primer embarazo, se podría haber tratado. No fue así.

La vida de Verónica siguió adelante con lo que le tocó, demostrando que es un ser humano resiliente y fuerte, logró seguir y cumplir con los objetivos de vida que se había propuesto. Pero también tuvo sus momentos de debilidad: llegó el quiebre y cayó en un pozo depresivo. Buscó ayuda

profesional y la mantiene porque la vida así se lo ha ido exigiendo: la pérdida de su hermano, sostener a su madre. Cree que está bien buscar ayuda; que es necesario. No le costó hacerlo, no tiene ese prejuicio de que “al psiquiatra o al psicólogo van los locos”. Por eso siempre pregona que “uno tiene que querer estar bien y hay que hacer lo necesario; la salud mental es tan importante como la salud física”.

Volviendo a lo profesional, cuando estudiaba la carrera no le gustaba mucho, pero cuando comenzó a ejercer, a trabajar con los niños, descubrió que era su vocación. Lo disfrutaba. Siempre estuvo realizando cursos de actualización docente: en todo lo que podía. Iba los sábados a Montevideo. Cuando llegó la era de la informática, fue un plus. Lo hizo con gusto porque siempre le encantó la tecnología. Jubilada, lo que extraña es el vínculo con los niños, esas conversaciones que mantenían.

Después de ejercer en Flores, vino a Durazno. Escuela rural en Puntas de Herrera. Se va con Florencia, pero ve que la niña con la madre no va a marchar bien; la lleva para la Escuela Nº 6 en Durazno y ella viaja todos los días a trabajar (180 km diarios). “No fui de las maestras más sacrificadas, pero era cansador, salía de madrugada y volvía de tardecita; era agotador… fundí dos autos.”

Opta por trasladarse a Durazno a la Escuela Nº 7. Tenía mejor sueldo en la escuela rural, pero quería estar con su familia. Estuvo 23 años, primero en docencia directa y terminó su carrera docente en la secretaría. Nunca pensó en elegir otra escuela, porque le encanta lo que pasa en ella: han ido los abuelos, los padres, generaciones de las mismas familias. Tuvo buenos directores y muy buenos compañeros. El ambiente que se genera en una escuela donde hay tantas necesidades es siempre muy bueno y los lazos muy fuertes.

Es muy compinche con el nieto. Walter, que hace una pasada, acota desde la cocina: “Son un peligro, un penal”, y se va… Verónica se ríe y no lo desmiente. Abundan las anécdotas.

La hija le decía que no quería tener hijos. Después de 11 años de convivencia, Verónica le sugiere adoptar; a los tres meses del comentario, embarazo, y llega Lucca, para felicidad de todos.

“Es un niño muy cariñoso; siempre anda contento. Es pícaro, pero sano; recontra solidario, siempre está pensando en los demás. Es un niño creativo. Con 3 años, por iniciativa propia, pegó un zócalo… que duró dos años. Es dulce, amoroso, agradecido. Es un niño amable”.

A Verónica le gusta hacer crochet; siempre le ha gustado. Los allegados que sabían de sus habilidades le encargaban alguna prenda. Actualmente se dedica a ello, hace prendas por encargo. En este momento está haciendo un vestido para la playa, pero hace de todo: carpetas, manteles, prendas, amigurumis. También ha enseñado a tejer a varias personas, entre ellas a una joven zurda, lo que no es fácil.

Pueden ver sus creaciones en Instagram: @vero_art_crochet.

Lee mucho, en la computadora, en el teléfono, le gusta coser, hace costuras y colecciona hilos. El crochet es como una terapia. Viaja, va a campaña, a donde sea, y lleva su crochet. Los viajes son un placer que disfruta con su esposo, en familia y con amigos. Las vacaciones en la playa son sagradas. Ahora se van a Floripa y “llevamos a la abuela Coca y a la abuela Nery”. Para ella la familia es importante: su casa es el centro de reunión.

Integra el Club de Leones desde hace 14 años. Ha sido presidenta, tesorera y estuvo muchos años con la asesoría de lectura. Es solidaria y allí encuentra un lugar donde canalizar esa vocación de servicio que la caracteriza.

Cree que ha cumplido bastante sus sueños; le gustaría seguir aprendiendo cosas. Mejorar. Tiene sueños en la familia: que su hija sea feliz, que Lucca pueda lograr lo que quiera hacer y ser; ocuparse todo lo que pueda de su madre, que gracias a Dios está muy bien.

Verónica es una mujer feliz, satisfecha con lo que ha logrado en la vida; ha alcanzado más de lo que soñaba cuando era chica. Agradece lo que tiene y no se fija en lo que le falta. Cree que la felicidad pasa por eso. “Me detectaron fibromialgia. Me levanto todos los días con dolores, pero hago todo como si no los tuviera, a mi ritmo. Vivo. Es una opción de vida.”

“A veces vemos a una persona y pensamos que es feliz porque tiene esto o lo otro, pero no nos damos cuenta de todo lo que tuvo que pasar para ser quien es. No se debe prejuzgar. Todos pasamos tormentas y, según cómo las enfrentes, las vas a resolver y vas a salir. No hay que quedarse en la tormenta: hay que salir. Es lo que he hecho.”