Virginia Carolina Tierno Fernández, de 56 años, está casada desde los 23 con Marcelo Mondino. Es madre de Sebastián (31), Natalia (30) y Mauro (21). Es la tercera de cuatro hermanos: Beatriz, Martín y Patricia, hijos de un matrimonio muy querido en Durazno: Pedro Nelson Tierno (“La Verdulera”), de quien una calle de la ciudad lleva su nombre, y de una hermosa y solidaria mujer, Mirta Fernández Leal (“Charito”).
Por Anabela Prieto Zarza
Parte de su infancia transcurre en Durazno, donde vive hasta los 8 años. Concurría a la Escuela Nº 2. Posteriormente, su familia se muda a Montevideo, por lo que, tanto Virginia como sus hermanos terminan sus estudios en escuelas y liceos de la capital.
“Recientemente vi en un informativo que está en peligro de derrumbe el gimnasio del Liceo Nº 1, donde hice preparatorios, y no pude evitar pensar en el transcurso del tiempo. Fuimos la primera generación que cursó preparatorios allí”, nos cuenta con cierta añoranza.
Marcelo era estudiante de Agronomía y se quedaba en la casa de Liliana, su hermana. Virginia concurría a esa casa y allí lo conoció. Pero el noviazgo vino después, y transcurrió a distancia. Vuelve a Durazno a los 23 años, cuando se concreta el matrimonio.
Virginia tuvo una actividad laboral muy intensa e incursionó en distintos ámbitos que, en todos los casos, le permitieron crecer, formarse y le dejaron enseñanzas muy positivas. En un principio fue secretaria de legisladores: un senador y un diputado, en dos períodos de gobierno. Allí conoció muchísima gente y pudo desarrollar su vocación de servicio. Aprendió que aquellos políticos que la gente ve como lejanos o muy importantes son personas comunes, igual que todos nosotros, que por un tiempo desempeñan esa función y que, para que ellos la cumplan, se requiere del trabajo de todos sus colaboradores.
Conoció a presidentes de la República, ministros, legisladores, secretarios como ella, y funcionarios. Comprendió que gracias al trabajo conjunto se puede servir en beneficio de la gente. En esa etapa pudo fortalecer su vocación de ayudar, asesorar y buscar soluciones a los problemas de los demás.
También trabajó en el sector privado, dado que fue cajera en el Free Shop Neutral del Aeropuerto de Carrasco. Era el primero que se instalaba allí y les tocó armarlo desde cero. “Fue una experiencia brutal”, recuerda. Participó en todo: hacer los pedidos, ordenar la mercadería, reponer, atender a los clientes. Si bien era cajera, era otra época, todos hacían de todo. Allí incorporó valiosas herramientas de atención al público que, sin lugar a dudas, le sirvieron para toda la vida.
Cuando se casa, deja toda su vida atrás. Al principio extrañó mucho, sobre todo el ritmo de la ciudad. Los fines de semana viajaba a la capital. Marcelo estaba trabajando con la Red de Televisión y empezó con el tema de los canales locales. Virginia comienza a involucrarse y pasa a ser secretaria administrativa de Zebra TV.
Luego, Marcelo —junto a un socio— se hace cargo de la distribución de Parmalat, a la que fueron sumando más rubros: pañales, bebidas, alimentos, artículos de limpieza, entre otros. Virginia forma parte de ese proyecto y participa en el manejo de la empresa, la distribución y la gestión del personal.
Un hecho marcó profundamente la vida de la empresa y de toda la familia. Un diciembre, próximo a las fiestas tradicionales, sufren pérdidas totales a raíz de un incendio que los bomberos determinaron había comenzado en una cámara de frío. Marcelo se había retirado del lugar apenas unos minutos antes.
“Era imponente… la mercadería se perdió toda, ardía todo. No sabés cómo explotaban las botellas, el champán, los vinos, el estallido… fue realmente un hecho que nos marcó mucho”, recuerda Virginia.
Después dejan la distribución de lácteos y continúan solo con la distribuidora del resto de productos. Un tiempo después, nuevamente a instancias de Marcelo, arrancan con Televentas, que luego se convierte en
Teleremate, una idea innovadora que permite utilizar las herramientas disponibles, como la transmisión en vivo por televisión en un canal local, para potenciar el alcance de un remate.
Virginia trabaja codo a codo con Marcelo. Hacen todo juntos: reciben y entregan mercadería, arman el catálogo, lo promocionan y realizan el remate. Dice que no se cansa, que le encanta lo que hace. Además, nuevamente, para Virginia es una oportunidad de ofrecer soluciones a la gente. Sabe que mucha gente llega con mercadería porque necesita deshacerse de ella, un juego de living, una heladera, una cocina, un dormitorio, y cuando no tiene lugar, no duda en darle el contacto de algún colega que tenga remate próximo. La idea es siempre solucionarle el problema a la gente.
Por otra parte, sabe que se han ganado la confianza y el respeto de la comunidad, tanto de quienes llevan mercadería como de los que compran. Es consciente de que eso se debe a que trabajan con seriedad y responsabilidad, y por eso son elegidos permanentemente.
Virginia proviene de una familia vinculada a la política; ella misma pasó por el Palacio Legislativo. Sin embargo, nunca se planteó ni se propuso trabajar en política. Encontró la manera de servir ayudando a los demás, en cada actividad que desempeña, ya sea en el ámbito personal o empresarial. Y si ella no puede ayudar, busca quién sí pueda hacerlo.
Ingresar a los Leones le permitió potenciar esa vocación de servicio. Ha sido presidenta, secretaria, tesorera y también una socia sin cargo, pero siempre trabajando con la misma dedicación, impulso y compromiso por su club.
No tiene hobbies tal como los entendemos, sino que hace lo que le gusta y le sale naturalmente: estar en familia, salir con amigas, ir al gimnasio.
Para ella, igual que para mucha gente de su generación, su casamiento fue un momento muy importante en su vida. “Era lo que se esperaba, te preparabas para ello”. Fue una decisión trascendente, y la vida que han construido con Marcelo así lo demuestra. Otro momento fundamental fue el nacimiento de sus hijos, una de las experiencias más significativas y positivas que marcaron su vida.
Pero también le tocaron vivir de las otras. Incluso de esas que cuesta procesar y entender, y a veces lleva toda una vida hacerlo. Sin embargo, cuando se logra, se adquiere una nueva perspectiva sobre la vida y, en este caso, sobre la muerte.
Su abuelo materno se suicidó en la casa cuando Virginia tenía 7 años. Estaba quedando ciego, se sentía un poco solo y no encontró salida. Dejó una carta. Nadie en la familia pensó que pudiera tomar esa decisión; no era esperable de una persona como él.
Hubo sentimientos de culpa que se trasladaron a las nuevas generaciones. Pero con el tiempo, y en su búsqueda por entender, tras vivir otras experiencias y abrir sus registros akáshicos, pudo comprender que fue su decisión. “El alma del abuelo tenía que partir, y fue su decisión; no había forma de evitarlo.”
Aprendió que a veces las personas están tan tristes que ni siquiera pueden comunicarlo. Pudo entender a quienes toman tal decisión. Pero, en su fuero interno, tiene claro que también esa es una forma en que el alma cumple sus ciclos hasta elevarse.
Virginia cree en Dios, en un ser superior. Cree que todos tenemos nuestro tiempo de partir, que una cosa es la muerte física y otra la elevación del alma, ese “eso más” que viene después para todos.
Sueña con que sus hijos logren ser felices y se realicen en lo que quieran hacer.
Entiende que la felicidad se alcanza cuando uno logra vivir su propia vida, la que realmente desea, sin importar si es solo o acompañado; lo que importa es que sea una vida que nos permita realizarnos como personas.
