Emprendió desde el amor y nació “Amelia”

Stella Maris Lepre Crosa, a sus 60 años, se siente una mujer plena de realizaciones, familiares sobre todo y también empresariales.

Por Anabela Prieto Zarza

Es hija de Hugo Lepre y Zulma Crosa. Su madre era ama de casa y su padre comerciante de toda la vida, que a los 23 años comenzó su actividad con una sociedad en la tienda deportiva Tete, y posteriormente con la tradicional Tienda La Diagonal.

Es hermana de Marinella, compañera de vida de Daniel “Tero” Navatta, madre de Juan Ignacio (35) Brit, Nicolás Brit (33) y Alejandro Brit (29). Juan Ignacio y Andrea Méndez son padres de tres de sus nietos: Joaquina, Juan Bautista y Felipa. Nicolás y Fabiana Rodríguez son los papás de otra de sus nietas: Martina. Y Alejandro está en pareja con Lucía Roldán. A sus nueras las adora, son como sus hijas.

Fue a la Escuela Nº 6, a la que considera una hermosa escuela; la ama y recuerda con mucho cariño a los compañeros de la época. Hizo secundaria en el Liceo Rubino. Fue una niña y adolescente feliz, siempre rodeada de amigos, “hasta de más —dijera mamá—, le llenaba la casa”.

Cursó hasta tercero de Magisterio; se ennovió, se casó y se fue a vivir afuera. Llegaron los niños y su vida pasó por la educación de sus hijos. Los dos mayores fueron a escuela rural. Además de las tareas inherentes a la maternidad, un poco por aprender y otro poco por socializar, hizo cursos en el Club Artigas: corte y confección, repostería, donde aprendió mucho, sobre todo repostería. Participaba gente de todas las edades de la zona de influencia del Club.

Luego regresó a la ciudad y comenzó a colaborar con su padre en la tienda. Siempre quiso modernizarla, pero su papá era un hombre que tenía su estilo, era conservador y no le gustaban mucho los cambios —“no me dejaba tocar nada”, dice riendo—. A partir del año 2000 quedó al frente del negocio y comenzó a ponerle su impronta: incorporación de mercadería, reformas edilicias en el local, vidrieras, decoración y disposición de mostradores y exhibidores, todo con el asesoramiento de Camila Ltaif.

Pegado al local se encontraba la Veterinaria Navatta. Stella no conocía ni siquiera de vista al titular de la misma; nunca habían coincidido en nada, ni en la adolescencia, ni en los estudios. En nada. Los siete años de diferencia en sus edades seguramente habían provocado que se movieran en tiempos y grupos de amigos distintos.

Pero el vínculo de vecinos y las conversaciones casuales que se fueron generando se transformaron y llegó el amor para ambos. Stella y el “Tero”, como lo conocemos todos, desde hace 18 años transitan la vida juntos.

Estando al frente de la tienda, falleció su padre. Su madre quedó sola y, con el avance de la edad, comenzaron otras dificultades: limitaciones de movimiento, necesidad de personal para su asistencia en tres turnos, cubrir libres, fines de semana, ausencias. Stella se dio cuenta de que mucha gente estaba pasando por lo mismo y decidió comenzar con un residencial: un lugar chiquito, que fuera acogedor para su madre. Tenía que probar si funcionaba. No era fácil: no conocía el negocio, tenía absoluta dependencia de profesionales y de personal. Alquiló una casa por dos años, donde inició las actividades con cuatro adultos mayores; rápidamente le quedó chica.

Así surge Amelia. El nombre es en honor de la Abuela Jojo —abuela paterna de sus hijos—, a quien quiso muchísimo, igual que a toda la familia Brit (la emoción la embarga al mencionarla).

Había una casa en Durazno que siempre le había llamado la atención; la miraba con curiosidad. Cuando tuvo la necesidad de ampliar Amelia, no lo dudó. Amelia se trasladó a su actual ubicación en Penza y Batlle. Allí, doce adultos mayores son atendidos con cariño y profesionalismo. Por ese lugar pasa la vida de Stella, que hace unos años vendió la tienda y se dedica al residencial, entre otras cosas.

Amelia no es sólo una residencia, es “un verdadero hogar” para las personas que viven allí. Quiere que se sientan como en su casa, que se sientan amadas, queridas y útiles. Por eso da vital importancia a la realización de actividades culturales, recreativas y artesanales, que entretengan y eviten el deterioro

cognitivo y motriz. “No sabés las cosas lindas que hacen, bailan, cantan, se divierten, son una familia. Yo disfruto pasando tiempo con ellos”.

Los lunes tienen clases de plástica y pintura; martes y jueves, gimnasia; miércoles y viernes, música. El canto, el baile, las fiestas de cumpleaños y cualquier motivo —como la primavera o cualquier cosa— son motivo de alegría. Muchas veces participa la familia de los residentes.

Stella también se dedica al negocio inmobiliario. Su empresa, que también se llama Amelia, comenzó gracias a una amiga muy querida, Graciela Morgantini, con quien también compartió su calidad de Rotaria. Es un rubro muy competitivo, pero existe colaboración entre la mayoría de los operadores. Es una actividad que le gusta, porque significa ofrecer soluciones a la gente: juntar la oferta y la demanda, y entender las necesidades y gustos de quienes buscan la solución habitacional. Ser profesional, cuidar tanto al que oferta como al que demanda, generar confianza. Antes de iniciarse en esta actividad, Stella tenía una atracción especial por el tema: miraba casas, se fijaba si habían sido vendidas o alquiladas, las reformas realizadas, sin tener ninguna motivación especial. Seguramente era su destino dedicarse a este rubro.

No piensa en retirarse; está convencida de que queda mucho por hacer. Disfruta de estar con las abuelas, como les dice ella; se mata de risa, las enloquece cuando está con ellas… “El tema es tratarlas con amor”.

Le gusta leer, escuchar música, estar en paz mirando nada: la playa, el mar. Los nietos ocupan un lugar muy importante en su vida; no solo es una abuela presente, que colabora con los padres, sino que realmente los disfruta. Cuando Stella está con sus nietos, se paran las rotativas. “La mayor es igualita a mí en la forma de ser; yo le digo a Andreita, si no querés sopa, dos platos”, cuenta riendo. De sus nueras dice que son divinas las tres. Gracias a Dios, los vínculos son perfectos; se basan en el respeto y en el amor.

Viajar le encanta, es de lo que más le gusta. Siempre le dice a Daniel: “la plata mejor invertida es en viajar”. También acompaña a su compañero en las carreras de caballos. Los fines de semana los viajes están asegurados: hipódromos de distintas localidades, y es fiesta cuando se va a Las Piedras o Maroñas.

Es Rotaria de corazón, aunque ahora no está afiliada, pero siempre colabora.

No sabe si tiene sueños por cumplir, porque se siente realizada.

Cree que las mujeres deben hacerle caso a lo que sienten; que nada las pare; no dejar que los estigmas sociales las condicionen.