Rosario: “He aprendido muchísimo de la vida, no he sido mala alumna”

María del Rosario Moreira Espíndola, es una mujer emprendedora, madre de dos hijos, a los que adora y admira: Matías de 37 y Ana Paula de 27. Los dos estudiaron, son independientes; ella los ayuda porque le gusta mal enseñarlos, dice riendo. Y, además, es compañera de vida de Víctor.

Por Anabela Prieto Zarza

Nació en Achar. Es hija de Juan José Moreira, vinculado al transporte toda su vida y de Aneira Espíndola, jubilada de industria y comercio. Se siente orgullosa de su familia, tanto de sus padres como de sus hermanos: Gloria, José Luis, Luis Alberto (Negro), Rosario (ella) y Luis Eduardo, quien falleció hace un año y cinco meses. Tiene amigas, pocas, pero buenas…

En ese pueblo de Tacuarembó cursó primaria. No había liceo, por lo tanto, viajaban a San Gregorio todos los días en ómnibus, donde cursó hasta 4.º año. No había más.

Años después, ya casada, se mudó a Durazno por razones de trabajo del padre de sus hijos. Matías era escolar de 10 años y Ana Paula tenía 3 meses. Retoma los estudios y esta joven madre termina bachillerato e inicia profesorado de sociología. Le iba fantástico: el primer año salva todas las materias del tronco común y dos específicas. Para continuar sus estudios tenía que viajar a Florida y a otros lugares, y con dos niños empezó a tener dificultades. Sin dudarlo, priorizó el cuidado de sus hijos y dejó. No se arrepiente, pero era su vocación, le encantaba.

Más adelante queda sola al frente de su casa con la crianza y la educación de sus hijos. Tiene la necesidad de encontrar una actividad en la que desarrollarse personalmente y que fuera el sustento familiar.

Rosario proviene de una familia vinculada al transporte, lo llevan en la sangre. Su padre fue camionero toda su vida, uno de sus hermanos tuvo una rentadora de autos en Maldonado (ahora está jubilado), el más chico tenía una empresa de turismo en Maldonado y Punta del Este, un primo hermano y su hija una empresa de ómnibus en Rivera desde donde trabajan líneas con Tacuarembó y Cerro Largo, además de turismo internacional, y otro primo una empresa de taxis en Tacuarembó.

Una vez separada, ser empleada y depender de un trabajo no parecía viable. Si tenía que contratar una persona que la ayudará en el cuidado de sus hijos, era cambiar la plata. Y la opción resultó en emprender.

Comienza con dos autos propios trabajando en la rentadora de su hermano en Maldonado, los que al tiempo termina trayendo a Durazno para empezar el sueño de la empresa propia.

En este tiempo pasan cosas: con Víctor llega el amor. “El amor golpea la puerta”, dice y se ríe. Y a la vez comienza el crecimiento de GARIBALD RENT A CAR.

El nombre surge porque la avenida donde están instalados, antes se llamaba Garibaldi (ahora Jacinto Apolo). La gente los identifica mucho por el punto donde está instalado el negocio.

Se realiza primero todo el proceso de bajar a tierra lo que en principio fue un sueño. Enseguida la formalización de la empresa en los plazos establecidos, porque en principio hubo un objetivo legal para llegar a 10 vehículos. Y lo lograron a pesar de las exigencias. Después siguieron creciendo hasta llegar a una flota que, dependiendo de las estaciones y circunstancias del mercado, se maneja hasta con 15 vehículos.

No es fácil: asegurar un vehículo para alquilar, por ejemplo, es tres veces más caro que el de un ciudadano común. El mantenimiento y reposición de los vehículos también es muy oneroso. Igualmente, con trabajo y dedicación, no ha parado de crecer. Y mucho, mucho enfoque en el equipo y fundamentalmente en los clientes.

Rosario cuenta que trabaja muy bien, se siente muy agradecida de Durazno, siente que la sociedad ha sido muy generosa con ella, donde ya ha pasado la mitad de su vida. Agrega que hoy en día se considera una duraznense más.

Agradece permanentemente a sus clientes, con Víctor forman una pareja fabulosa, son tal para cual, se complementan, son audaces, optimistas (cuando uno cae, el otro lo levanta). “Me ha inculcado que tengo que enfocarme en la mitad llena del vaso”.

En este negocio ha tenido golpes, clientes imprudentes, pérdidas importantes: “al principio le alquilábamos a Dios y a todo el mundo”. Ahora son más selectivos.

Su crecimiento le ha permitido estrechar vínculos comerciales con prestadores de servicios, lavaderos, mecánicos, gomerías, repuesteros, colegas, porque de alguna forma derrama empleo y agradece a todos ellos el relacionamiento que tiene. Agradece la confianza que han depositado en ella los responsables de Automotora Lamón. Cuando los vehículos rondan los 200.000 km, va a la automotora, firma un vale y los cambia. Los propios clientes y mecánicos le dicen que no es necesario, que rinden más, pero no lo duda: no puede tener problemas ni ocasionárselos a sus clientes. Han pasado más de 40 autos en estos años.

Víctor le reprocha que es obsesiva con el cuidado de las unidades, desde el mantenimiento hasta la limpieza. Si los del lavadero no están a tiempo o queda algo pendiente, se pone ella a lavarlos o limpiarlos, porque, como dice, “si a mí no me gusta subirme a un auto sucio, quiero que al cliente tampoco le pase”.

Siente que ha convertido un sueño en realidad. Sabe que no existe la felicidad ni el éxito completo, porque casi no tienen vida propia: hay una pérdida de libertades. No hay feriados, salidas tranquilas a cenar, celebraciones familiares, fiestas tradicionales, festivales, veraneos. Es ahí cuando más se trabaja. El celular siempre prendido, esperando para entregar o recibir un auto. “Pero tenemos todas las necesidades básicas cubiertas; puedo ayudar a mi madre, que tiene una magra jubilación, hacerles algún mimo a mis hijos y poder disfrutar de algunos viajes con Víctor.”

Cuando viajan, viene José Luis a cuidar de la casa, atender la rentadora y a Joana (una jack terrier de 3 años que vino adoptada desde el Balneario Las Flores) y es la mimosa de la casa.

Se sabe una persona resiliente. Atravesó con entereza y determinación un cáncer de mama, que le dejó una gran enseñanza: creer en ella misma. Nunca dudó que lo iba a superar. No es lindo pasar por tratamientos de quimio y radio, perder el cabello, pasar el frío intenso que no había abrigo suficiente para mitigar. En su familia no había antecedentes, así que fue todo un desafío. Después vino la reconstrucción mamaria, otro proceso que duró 2 años y que también es etapa superada. Pero, por otro lado, te enseña a valorar cada instante de la vida.

Cree que cuando falleció su padre, que fue muy doloroso, la llegada a los 3 días de Ana Paula, una bebé hermosa, la ayudó a mitigar su dolor y el de toda la familia. “A los tres meses, cuando nos vinimos a Durazno, extrañé muchísimo a la familia”, cuenta muy emocionada. Con sus hermanos eran y son un clan. El padre nunca les permitió pelear. Si había conflictos entre dos, iban ambos en penitencia. La mesa familiar era lugar de diálogo. La participación y presencia a su alrededor eran sagradas. En su familia se transmitieron valores de unidad y respeto de unos por otros.

La pérdida de su hermano menor no la puede superar, está en duelo aún. Tuvo un aneurisma cerebral que lo dejó postrado, sin poder alimentarse, sin poder hablar. Eran amigos, compinches, hablaban a diario. “No se merecía pasar por eso, me duele su muerte, me duele la forma, no se lo merecía.” La emoción la embarga y no puede seguir hablando del tema. Por eso entiende que la vida hay que disfrutarla, no se sabe qué te toca. “Víctor también tuvo sus cositas, en la medida que crecemos nos vienen las nanas.” Todo esto ha motivado que busquen el equilibrio entre seguir creciendo empresarialmente y a la vez disfrutar la vida.

Cree en Dios, de quien se alejó cuando la enfermedad de su padre, pero después se reencontró con la espiritualidad de creer. Reza todas las mañanas y todas las noches. Y, sobre todo, agradece por la vida que tiene. Todos los 19 de abril, en una especie de peregrinación, va con sus amigas a San Expedito y a la

Virgen del Verdún. “Cuando era adolescente daba catequesis y dirigía el Rosario; ahora no me acuerdo ni cómo se hace”, dice recordando aquellos tiempos.

Hace gimnasia, pilates desde hace años y piscina en verano. Camina todos los días con Johana su mascota. Dedica tiempo al cuidado personal. Han viajado bastante dentro y fuera del país: Brasil, Chile, Argentina, Paraguay. Uno de los sueños que tienen es, el año que viene, conocer Europa. Y el otro, si las circunstancias ayudan, irse más al norte de América. Viajan solos o con amigos.

Son re compinches con Víctor en todos los ámbitos de la vida. Hasta en el fútbol, aunque él es de Nacional y ella de Peñarol “Yo lo acompaño a ver su cuadro, pero haciendo gancho para que pierdan”, dice con picardía. Él la acompaña a los bailes, que a ella le encantan, pero bailar no es lo de Víctor. Son equipo.

Cuando piensa en sueños, piensa por ambos. Víctor tiene sus hijas y yo los míos. Ambos deseamos ser abuelos, pero no se nos ha dado por ninguno de los dos lados. Saben que cuando los chicos quieran, pasará; lo tienen claro. No depende de ellos.

Las mujeres como tales deben prepararse, estudiar, lograr ser independientes. Ser auténticas, no cambiar por complacer a otros. Y recordar que los objetivos se cumplen con Fe, trabajando, con constancia y dedicación. “Avanzar lento, pero seguro.”