Figura clave de la Generación del 45, Amanda Berenguer escribió desde la curiosidad y la emoción, uniendo ciencia, poesía y conciencia. Su obra, vasta y luminosa, tradujo el misterio del mundo en lenguaje humano.
En el panorama de la poesía uruguaya del siglo XX, Amanda Berenguer (1921-2010) ocupa un lugar distinto. Mientras otros miembros de la Generación del 45 —como Benedetti, Onetti o Idea Vilariño— exploraban la ciudad, la política o los abismos del alma, ella eligió mirar más lejos: hacia el cielo, las estrellas, los cuerpos, las partículas.
Su poesía se abre como un laboratorio de asombro. En libros como El río (1952), Declaración conjunta (1964) o La dama de Elche (1987), Berenguer mezcló observación científica y sensibilidad humana, demostrando que la poesía puede ser también un modo de conocimiento.
Casada con el poeta José Pedro Díaz, compartió con él una vida marcada por la literatura y la reflexión. Juntos formaron parte de una generación que transformó la cultura uruguaya, pero Amanda se distinguió por su mirada experimental y visual, una escritura que dialoga con la luz, la física y la arquitectura del espacio.
Lejos de toda solemnidad, su obra mantiene una curiosidad casi infantil por el mundo. La naturaleza, los cuerpos y los elementos aparecen con una mezcla de rigor y ternura, como si la poeta intentara comprender el origen de todo sin dejar de maravillarse.
Hoy su nombre vuelve a resonar, leído por nuevas generaciones que descubren en sus poemas una libertad luminosa: la de quien no teme unir la inteligencia con la emoción.
Amanda Berenguer sigue recordándonos que la poesía, como el universo, no se explica: se contempla.
