Erna a sus 73 años se define como: “un producto de todo lo que le tocó vivir y de todo lo que eligió vivir”.

Erna Baethgen Varela nació en Montevideo. Es hija de Walter y Dora, del segundo matrimonio de su padre. Tiene 3 hermanas mucho mayores que se criaron con ellos y un varón 3 años menor, muy conocido por su actividad como experto en el cambio climático (Walter). El padre era administrativo en Clausen.

Por Anabela Prieto Zarza

La empresa se pone en venta y su padre, que tenía el conocimiento adquirido en forma autodidacta, la compra con el apoyo de sus hermanos que eran profesionales (fueron accionistas). Fallece cuando Erna tiene 7 años, lo que no solo produce un gran vacío afectivo sino también un gran cambio de estilo de vida. “Era un hombre sumamente querido”, dice Erna con cariño.

La madre, 17 años menor que su esposo, queda al frente de la familia muy joven y con dos chicos. Da prioridad a la educación de sus hijos, en eso no hay restricciones, pero en muchas otras cosas sí. Erna continúa asistiendo al Colegio Inglés Ivy Thomas, donde cursó primaria y secundaria, clases de música, etc.

“Mi madre era una luz, era una mujer fuerte, que cuando decía no, era no, que quiso que sus hijos tuvieran más educación que ella, para lo cual hizo muchos sacrificios”, dice Erna con admiración, aunque aclara que “igual hacían diabluras”.

La muerte de su padre fue “lo más espantoso que le pasó en la infancia, le enseñó a sufrir desde chica”, pero también fue un gran aprendizaje. Pudo entender que la tristeza, así como otros sentimientos dolorosos como el enojo, las frustraciones y las pérdidas, eran un elemento más de la vida misma.

Por eso siente que su pasado alumbra su presente, y por eso sabe que a veces, solo a veces, puede ayudar, puede ponerse en el lugar de los “gurises” y por eso les llega.

Cursó Secretariado Bilingüe en el Crandon, donde además recibía educación en cultura general. Su objetivo era acceder rápidamente al mercado laboral en una profesión que era muy bien remunerada. A los 18 años lo logra y lo odia: sabía que no era apta, que no era lo suyo.

En ese contexto, una de sus hermanas, la del medio de las mayores, muy observadora, incide en su vida. Le sugiere conocer a Eduardo Capurro, Ingeniero Agrónomo que trabajaba con su esposo en La Estanzuela, “porque era un hombre inteligente y de mirada honesta”. Accede y participa de una guitarreada en Colonia organizada por la hermana.

No fue el mejor encuentro; las diferencias por gustos musicales, lugares a donde salir, entre otras cosas, quedaron plasmadas con bastante claridad y distancia. Pero al tiempo, una llamada: era Eduardo con la invitación para salir a los lugares que a Erna le gustaban. Era estudiante, estaba a pasos de recibirse, haciendo la tesis y trabajando en La Estanzuela.

Se casan: Erna con 21 y Eduardo con 26. La ida a Colonia fue difícil, pero las habilidades de Eduardo, que era más maduro, así como la presencia de su hermana que vivía allí, permite que ella salga a buscar su propio camino. Debía encontrar una actividad donde desarrollarse laboralmente;

además, lo de cocinar no era un atractivo, tenía que buscar trabajo afuera. Nuevamente la hermana hace la sugerencia: “¿por qué no enseñás inglés?”

No lo duda, organiza una reunión de padres en un galpón. Era gente a la que se le dificultaba llevar a sus hijos a estudiar a Colonia. Por otra parte, sabía que el método utilizado en el país para enseñar inglés no era atractivo. Se para frente a los convocados, escribe en una pizarra todo lo que sentía, lo que entendía que debía transmitir. No sabe qué fue lo que dijo en esa reunión, pero terminada la misma tenía 30 chicos inscriptos. Ese fue el comienzo de Erna enseñando inglés y hasta la fecha no ha parado. Descubrió su vocación.

Posteriormente Eduardo obtiene una beca de posgrado; se van dos años y medio a Estados Unidos, lo que implica postergar la venida de los hijos y repensarse nuevamente laboralmente. Pero, entre otros trabajos de 8 horas, la docencia vuelve a estar presente. Otros extranjeros —egipcios, turcos, gente de todas partes del mundo— la contratan porque aprenden más fácil con ella, porque entiende el valor emocional de no estar en tu país, confirmando aquello de que el ser humano es 80% emocional y 20% racional. Estar en la misma situación desbloquea el aprendizaje. Los participantes en el posgrado, que era en inglés, no tenían ninguna dificultad, pero estas comenzaban con lo cotidiano: las compras en supermercados, restaurantes, aeropuertos, etc. Eso era lo que Erna enseñaba en forma honoraria, y lo hacía a demanda, porque eran ellos los que planteaban las necesidades de aprendizaje.

En EE. UU. cambió su perspectiva de la vida, gracias a que viajaron mucho, acamparon en distintos lugares, recorrieron todo el país. Conoció lugares maravillosos, donde valorar la naturaleza, el paisaje, los tonos, sonidos, la energía de los lugares. Ella era superurbana, de museos y obras de arte, pero entendió que un edificio es siempre un edificio, pero un paisaje cambia permanentemente.

Descubre que lo emocional es fundamental. Cuando vuelve, piensa cómo adaptar lo emocional a la enseñanza de inglés y comienza a trabajar en su propio método de enseñanza.

Vuelven a Colonia y llega su primer hijo en el año 1978: Eduardo (Lalo).

Un 22 de enero del año 1980, por razones laborales de su esposo, se mudan a Durazno, a una casa en el barrio La Amarilla. Era un día de calor; Erna va a un almacén del barrio a comprar algo fresco, levanta la mirada, ve el verde de los plátanos y el cielo celeste y no sabe de dónde sale el… “este es mi lugar en el mundo”. De eso hace 45 años.

En Durazno nace Lucía en 1981. Los chicos estudian acá, crecen y forjan su destino.

Lalo es Ingeniero Civil; junto a Federica tienen a Julieta de 15 años y Facundo de 13.

Lucía es médica; con Leandro tienen a Juana de 11 años y los mellizos Clementina y Nacho de 7.

Comienza “el Inglés de Erna”, que sigue construyendo permanentemente, siempre innovando, enseñando a través del juego, de lo lúdico, de lo práctico, los muñecos, la música, la guitarra y otros instrumentos. Estrategias educativas que enamoran. No sólo creatividad ha forjado su

trayectoria, ha sido permanente el perfeccionamiento a través de la realización de cursos de actualización, los cual dio sustento académico a sus iniciativas. En su rol de Directora, continúa involucrada en los procesos educativos, presente en la vida de los chicos y en permanente contacto con los padres.

Actualmente trabajan alrededor de 15 profesores y el personal administrativo bajo su dirección, instalada en la tradicional esquina de Wilson Ferreira y Arrospide, contando además con el Anexo de Wilson Ferreira frente a Panitea. A esta empresa le ha dedicado su vida, ha sido su tercer hijo.

Durante 23 años la llevó adelante sola. El crecimiento constante exigió que incorporara colaboradores, algunos de los cuales todavía están trabajando con ella. Asumió el desafío de hacer el ciclo completo, incluir los exámenes internacionales para no depender de otros institutos. Hoy, 45 años después, es una empresa grande. No se le ocurre pensar en su retiro, no tiene sentido. Actualmente su rol principal es la gestión, el apoyo, la supervisión.

En sus tiempos libres le encanta escribir canciones para enseñar inglés, para lo cual usa ritmos conocidos. También escribe canciones en español para momentos y situaciones de la vida de sus amigas. Habla con mucho amor de su familia, siente gran admiración por su esposo y, riendo, agrega que el éxito de su matrimonio se debe a que viven mucho tiempo separados porque Eduardo trabaja en campaña.

Sus sueños pasan por seguir adaptándose a la vida, aceptando lo que no se puede cambiar. “Cuesta mucho, pero lo intento. A veces me parece que me adapto, pero… Con el tiempo la vida nos enfrenta a nuevas realidades, nos muestra que aparecen algunas limitaciones que antes no considerábamos y que vienen con la sabiduría que da vivir. Se aprende mucho de los hijos y de los nietos, y que el éxito pasa por buscar la mejor manera de quererse a uno mismo. Amarse debe ser la búsqueda prioritaria de todo ser humano”.