Janne Veronique Despaux Rosas, a sus 77 años, vivió una niñez, una juventud y una adultez en paz y con felicidad. “Eso ya es mucho, dice, por eso agradezco”.
Por Anabela Prieto Zarza
Hija de Hugo, bancario, y de Alicia, maestra. Vivían en Penza 665, donde hoy funciona el local de la Corte Electoral. Sus padres conformaron una preciosa familia con cuatro hermanos. Alicia se preocupó de que todos tuvieran una educación muy completa. En el caso de Veronique: francés, inglés, ballet y piano. Los idiomas estuvieron siempre muy presentes, ya que su padre estaba muy implicado en la Alianza Francesa.
Es producto de la escuela pública y recuerda con cariño sus años en la Escuela Nº 8, posteriormente en el Liceo Rubino y luego curso 3 años en la Facultad de Medicina. Dejó la carrera para formar su propia familia. En aquella época, no era fácil compatibilizar el deseo de ser profesional con el de ser la madre que quería ser. Primó la familia.
A Luis lo conoce desde la época de estudiantes, en esa juventud tan linda que compartieron con tantos amigos. Juntos siguen hasta hoy, luego de 63 años de vida compartida. Se casaron en 1969 y conformaron una familia numerosa, pero sobre todo unida, a la que se han sumado yernos, nueras, nietos y biznietos.
Tienen cinco hijos:
Laura y José Poncet, con Juan Diego y María Pía;
Luis Enrique, con Leo y Francisco y hoy junto a María Noel;
María Sol y Eduardo Bidegain, con Juan Manuel y Abril;
Martín Federico, con Gastón, Julieta, Santiago, hoy junto a Gimena y Milagros;
y Maite y Rafael Besonart, con Lucas y Pedro.
Capítulo aparte son Gael y Clarita, y está en camino el tercer biznieto. En resumen: cinco hijos, sus cónyuges, doce nietos y casi tres biznietos.
Cada vez que Veronique hace referencia a su familia, utiliza la palabra “preciosa”. Y dice mucho: expresa el anhelo más grande que pudo tener y que ha cumplido.
A medida que crecían sus hijos, comenzó a buscar algo que le gustara, vinculado a lo preescolar y que pudiera congeniar con su rol de madre. Cursó Expresión Corporal con Patricia Stokoe, profesora argentina que dio un nuevo vuelo a esta disciplina, incluso dentro del teatro. Así recibió la invitación para sumarse a Burbujitas, un preescolar de aquella época, del cual sus hijos fueron los primeros alumnos. Fue un proceso de aprendizaje que, conjuntamente con sus hijos, despertó en ella el interés por la docencia.
Luego surgieron CEFI y posteriormente Chiquilladas, junto a su hija Laura. La asociación entre docencia y juego como proceso de aprendizaje fue una innovación que llegó a Durazno mientras que se formaba con Dinello, quien trajo las primeras ludotecas. Participó en la organización, junto con otras instituciones educativas, de un encuentro nacional sobre esta temática.
El grupo que hoy dirige Chiquilladas se formó junto a Veronique, quien manifiesta orgullo por la calidad del trabajo y la dedicación de cada una de las integrantes. Se trata de Laura Andrade, Patricia Ubai, Patricia Hirat, Claudia Colina, María Bocchiardo y su nieta María Pía Poncet, quien ocupa su lugar. “Es un honor contar con ellas”, dice.
Aquello que empezó hace 30 años está hoy en manos de personas a las que quiere mucho, valora y respeta, así como a todo el equipo multidisciplinario que acompaña la dirección. Los 30 años llegarán plenos de realizaciones, destacando el profesionalismo de todos quienes cumplen allí tan relevante labor. Ese equipo ha ido creciendo dentro de Chiquilladas mediante un proceso de capacitación continua. Algunas comenzaron muy jovencitas y hoy transitan firmes en su profesión. “Ha sido parte de mi misión”, asegura.
Si con los hijos llegó la educación preescolar a su vida, con los nietos apareció otra faceta increíble de Veronique: fue protagonista de los partos de sus hijas y nueras. En ese entonces estaba enfocada en la reflexología, la medicina china y el reiki, y se enteró de la existencia de un curso de doula. Se interiorizó y descubrió que era la oportunidad de unir todo lo que venía haciendo. Fue la primera doula de Durazno. Entraba al sanatorio con la pelota bajo el brazo, cuando nadie más lo hacía. Agradece siempre a CAMEDUR por habérselo permitido, así como a las ginecólogas y parteras que no pusieron objeciones ante una metodología desconocida y “no convencional”. Todos entendieron que se trataba de un acompañamiento emocional a la parturienta y su familia, buscando que el parto fuera un proceso más humanizado y respetado. Los aspectos técnicos quedaban en manos de los profesionales; ella se encargaba de acompañar a las mujeres en un momento de gran vulnerabilidad, aplicando técnicas de masaje, entre otras, para lograr que la madre llegara al parto en mejores condiciones.
“No es magia —dice—, es acostarse en la cama de la mamá”.
Cree que tuvo suerte: pudo hacer lo que hizo por estar en un medio como el nuestro, donde “lo local” permite esas cosas. Sus colegas de otras ciudades no tienen tantas facilidades.
Con Ana Vigevani estudió medicina china. Veronique no lo hizo para ejercer, sino para saber. “Es una disciplina muy vasta, antigua, que te sirve para muchas cosas; te saca de lo ortodoxo”, explica, asegurando que le ha sido muy útil a nivel personal y familiar. “Soy la doctora caramelo de la familia”, agrega con humor. Quizá, a través de las terapias alternativas, culminó de algún modo la carrera que había comenzado en su juventud.
Otra de sus motivaciones para incursionar en la medicina china fue buscar un plan B para el momento de la jubilación.
Se jubiló, pero seguía yendo a Chiquilladas. Tenía todo armado, pero la pandemia y un problema de salud en la familia la obligaron a parar. Y paró. “Creo que las cosas pasan por algo”, dice. Ahora va de visita. Sabe que la tienen en cuenta, pero cada vez se desprende y delega más. Considera que la misión de los adultos es enseñar, transmitir y dejar, para luego disfrutar del jubileo.
Hoy sigue ejerciendo como doula, acompañando a más embarazadas. Atiende en Camelia, un centro interdisciplinario que trabaja con niños y adolescentes, ubicado en Zorrilla casi Petrona Tuboras, donde una de las socias es su nieta María Pía Poncet.
Siente que hoy es su tiempo, un tiempo de introspección. Se dedica a menos cosas: continúa su labor como doula, pero evita todo lo que implique horarios o apuros. Disfruta de estar en su casa, de viajar —acaban de regresar de un viaje en el que pudieron visitar a sus nietos que viven en el exterior—, de leer y compartir una biblioteca ambulante con su hermana Alicia y su hija Sol. También disfruta de pasear, de visitar a sus hijos y nietos, de estar pendiente de sus vidas, sus progresos y alegrías. Todos y cada uno son objeto de su atención y cariño.
Otra actividad que la apasiona es visitar a sus amigas que están en Felicia. Va, las visita, cantan, conversan, se ponen al día y recuerdan el Durazno de antes. El objetivo es acompañar y dar voz a quienes están allí, que por cierto están muy bien cuidadas y son muy queridas. Para Veronique, es además una oportunidad de prepararse y aprender: “Todos tenemos que aprender para nuestra propia vejez”, dice con sabiduría.
Su única aspiración es ver crecer a su familia sana y feliz. No precisa más.
Reflexiona sobre el final del poema En paz de Amado Nervo y lo comparte como su aspiración de vida: “Vida, nada me debes; vida, estamos en paz.”
