Pilar: esposa, madre, abuela, investigadora, creativa y audaz.

Se define como una mujer que hace las cosas que hace porque está sola.

María del Pilar Abbate Montero, nació en Montevideo, en el barrio Buceo, y recuerda con nitidez la casa que construyeron sus padres, Santiago Carlos Abbate Píriz y María Elsa Montero Ramos. También evoca un rancho de lata, allí a la vuelta, hecho por sus abuelos.

Por Anabela Prieto Zarza

Por razones laborales, la familia se trasladó a San José. Tiene 4 hermanos: Silvana, Santiago (Tato), Carlitos y Gustavo, quien falleció el año pasado. Pilar lo recuerda con profundo afecto: “lo extraño pila, porque a los demás, cuando quiero, voy a verlos”. Gustavo siempre estuvo muy presente en su vida y en la de su familia.

En San José cursó primaria y secundaria. Fue a facultad en Montevideo, pero la dictadura complicó el camino y regresó. Comenzó Magisterio y asistió a todos los cursos extracurriculares que dictaban profesores en el Instituto: Matemáticas y otras asignaturas.

La vida suele disponer de nosotros, y así fue con Pilar. En el casamiento de su hermano mayor, ella entraba y un joven salía. Fue apenas un saludo. Pasó un año y llegó el carnaval; entonces, le pidió a Santiago: “Tato, vos tenés que ponerte donde me vea”. Pilar quería que aquel joven la invitara a bailar. Lo logró. Se hicieron amigos enseguida y después vino todo lo demás: una vida compartida y una familia hermosa. Ese hombre fue José Gelpi, a quien Pilar recuerda y extraña con serena tristeza, agradeciéndole siempre la posibilidad de haber sido feliz.

La presencia de José en aquel casamiento, donde todo comenzó, se debía a que era primo hermano de la novia. Cuando Pilar y José se casaron, ambas familias, numerosas, empezaron a entrelazarse aún más. Eso generaba bromas, porque los lazos de sangre se multiplicaban. Pilar recuerda cuando José le dijo a una sobrina: “te cuido porque sos sobrina por dos lados”. Y agrega: “todo el mundo me dice cosas lindas de José, de su temperamento, de su forma de ser; nadie, nunca, me ha hecho un comentario diferente”.

La vida, sin embargo, también trajo dolor. La tristeza de Pilar se agudiza cuando habla de otros golpes que afectaron, y aún afectan, a dos de sus nietos. No profundizamos más: las heridas están ahí.

Del matrimonio de Pilar y José nacieron primero María José y Máximo, en San José. Más tarde, por razones laborales, la familia se trasladó a Durazno. José trabajaba en el medio rural y Pilar, con sus dos hijos pequeños, se instaló en la ciudad. Su padre puso un aviso en la radio: “Clases particulares con la Profesora de Matemáticas María del Pilar Abbate Montero de Gelpi”. Explicaba que así los duraznenses conocerían bien quién era ella, con todos sus apellidos.

Consultada sobre su vocación docente, responde convencida que sí, aunque no quería enseñar Matemáticas en un principio. Su decisión se definió por una experiencia en primer año de liceo, cuando una profesora la observó, no de la mejor manera, porque no había aprendido los números romanos. Sus padres fueron a hablar con la docente, quien, quizá para enmendar su actitud, le ofreció clases particulares. Un día, en su casa, le dijo: “Pilar, si tú quieres enseñar, tenés que aprender a dibujar”, refiriéndose a las figuras geométricas. Con el tiempo, Pilar dedujo que aquella

profesora había visto en ella un potencial que se transformó en su profesión y definió su vida laboral.

En un paréntesis personal, creo que a Carlos Santiago Abbate Píriz muchas generaciones le debemos haber tenido a la mejor profesora particular de todos los tiempos. Entrar en aquel “salón” de clases me trae recuerdos imborrables: los grupos de compañeros que aprendíamos con alegría pese a la severidad y exigencia de la profe, el patio iluminado, la alegría de Pilar entrando y saliendo, la familia siempre presente. Recuerdo a José, con su indumentaria campestre, pasando a saludar; a Gustavo con su boina; y a María José, con sus cachetes colorados, su cabello rubio y esa sonrisa constante. Esa joven inquieta, alegre, esposa, madre, hermana y amiga, es la que guardo en la memoria con tanto cariño y que se, sigue estando ahí.

Ya en Durazno, la integración fue fácil: fueron bien recibidos y construyeron amistades en común. En San José cada uno tenía sus amigos, por la diferencia de edad, pertenecían a “barras distintas”. Pilar se considera duraznense por dos razones: el vínculo que estableció con la ciudad y su gente, y lo que le transmitió su madre. Recuerda que, de niña, como el hermano era de Peñarol, se dirige a su madre y al preguntarle “¿vos de qué sos?”, le respondió: “de Nacional y de Durazno”. Así quedó sellado su destino: Pilar es de Nacional y de Durazno.

En Durazno nació su tercer hijo, Gabriel. Hoy su familia se amplió con siete nietos: Maite, Martina y Conrado (hijos de María José); Máximo y Guillermo (hijos de Máximo); y Joaquín y Emilia (hijos de Gabriel). Todos tienen un lugar muy presente en su vida, cada uno desde su propia edad y etapa.

A sus jóvenes 72 años, Pilar sigue dando clases particulares, aunque ya no a grupos tan numerosos. Además, cultiva otros intereses.

Desde hace años se dedica a la genealogía. Todo comenzó cuando, en la Intendencia, María José le sugirió: “mamá, ¿por qué no sacás la partida de la abuela?”. Ese fue el disparador. Primero rastreó los apellidos de su familia —muy numerosa—, luego los de su esposo, yernos y nueras. Después se convirtió en pasión: investigar los de amigos, conocidos y hasta personas ilustres, siempre buscando puntos de encuentro. Cada hallazgo lo comparte con entusiasmo: “sabés que sos pariente de tal o cual…”.

En esas investigaciones descubrió que había carteros en la familia: la bisabuela de su padre en Italia, un pariente Ramos en San José y otro en Islas Canarias. Quiso saber qué se sentía, ser cartera por un día. Se presentó en el Correo, aunque al principio no le dieron autorización. Insistió, la solicitud llegó a Montevideo y finalmente obtuvo el permiso. El día señalado, llegó temprano, participó de la organización y salió en bicicleta a repartir, con un saco azul prestado por una funcionaria. Para la foto usó la bicicleta del Correo, pero para el reparto la suya propia. Recuerda con cariño la experiencia y la calidez con que los funcionarios la incorporaron. Defiende y recomienda al Correo Nacional, que sigue utilizando para sus envíos.

Otro de sus hobbies es coleccionar tortugas de juguete, por culpa de José. Entre risas cuenta: “las cosas de José eran de José y las mías eran de José”. Un día, José le mostró una tortuga de su infancia, un juguete de otra época, precioso, con patitas y cabeza móviles. Fue él quien la invitó a coleccionarlas. Hoy tiene muchísimas. Inicialmente, la colección iba a heredarla Conrado, pero su nieta Emilia no estuvo tan de acuerdo. Un día la encaró y le dijo: “abuela, cuando vos… (y se pasó

la mano por la garganta, haciendo referencia a la muerte), ¿las tortugas pueden ser a medias con Conrado?”. Finalmente, se llevó su parte de la colección, después la devolvió y hoy colabora con Pilar para aumentarla.

También construye casitas de muñecas. El inicio fue un regalo que le envió una pasante que había vivido en su casa y que María José visitó en Estados Unidos. Después conoció a un grupo de mujeres en Trinidad que comparten la misma afición y le enseñaron técnicas. Para Pilar, no son una colección intocable: son juguetes para sus nietas. Sus casitas son hermosas, con todo a escala. Uno de los muñequitos, que me muestra con emoción, representa a José: se lo regalaron, y asegura que “es igualito, con la misma campera que usaba, todo”.

Pilar tuvo una vida feliz: viajó con su familia, recorrió Italia con José y sus padres durante dos meses, hizo un crucero con hermanos, hijos y sobrinos. Silvana, su hermana, cuando cumplió 60, se regaló a sí misma llevar a Pilar a Europa. La fecha de su cumpleaños coincide con la de su bis abuelo Abbate, un 18 de septiembre, por lo tanto, ese año el festejo fue en Bonzanigo, Italia. Las reuniones familiares siguen siendo permanentes.

Hoy no tiene sueños pendientes. Se siente una mujer realizada. Sin embargo, confiesa: “yo lo que estoy es triste, porque no está José”. Sus hijos la acompañan sin invadirla, y sus nietos son su gran alegría.

Hubo un tiempo en que estuvo muy mal. Su hermana, psicóloga, le advirtió: “si seguís así, te vas a morir, y no lo puedo permitir”. La intimó a consultar a un profesional. Pilar aceptó, bajo la condición de ir solo una vez. De eso hace cuatro años y aún continúa en tratamiento: “me salvó la vida”.

Hoy sabe que a una persona que recién pierde a alguien no se le puede decir que la vida y el tiempo ayudan, porque en ese momento no se entiende. Ella misma lo sentía así: “me lo decían y pensaba ‘¿por qué no se callarán la boca?’”. Pero ahora comprende que sí: que la vida y el tiempo ayudan. Y también, que es fundamental buscar y aceptar ayuda profesional, porque no todos pueden atravesar un duelo en soledad.