la vida de Dahiana Fagúndez
Carla Dahiana Fagúndez Artigas, de 30 años —aunque por pocos días, porque el 19 de octubre cumple 31, así que quienes quieran saludarla pueden hacerlo—, nació en Durazno.
Por Anabela Prieto Zarza
Con apenas 3 meses, su familia se radicó en el medio rural, en Maestre de Campo. Allí transcurrió su infancia: primero en la Escuela Rural Nº 15, luego un año en la Escuela Nº 10 en la ciudad de Durazno, para finalmente volver y terminar la primaria en su querida Escuela Nº 15.
Desde los 6 años ya andaba en tractores y demás maquinaria de la estancia donde trabajaba su padre, detrás de los animales y, en especial, de los caballos. Cree que su gusto por la chofereada, el campo, los desfiles y las criollas proviene de esa infancia campera que marcó su esencia. Aprendió a manejar con su papá, de quien también heredó la pasión por las actividades rurales.
Quienes la conocemos sabemos de su honestidad, su risa franca, su rectitud y transparencia. Es una mujer que conocí hace mucho tiempo, apenas cumplidos los 18, y siempre admiré en ella su integridad, fortaleza y, sobre todo, lo buena gente que es.
Cuando llegó la época de los estudios secundarios, se anotó en el Liceo Nº 2. Hizo hasta tercer año, pero no le gustaba Durazno, por lo que viajaba todos los días, a pesar de tener casa en la ciudad. En 4º año pasó al Liceo Rubino, pero a mitad de año dejó y estudió computación en una academia privada.
También estudió guitarra con Francisco Lavandera, lo cual le encantaba. Muchas veces tocaron en público y en la radio; aunque se moría de vergüenza, lo hacía gracias al ánimo de su profesor. De niña le fascinaba interpretar temas de Soledad Pastorutti, y hoy mantiene el gusto por el folclore. Toca en sus momentos de relax, presta su guitarra, pero no se anima a hacerlo ni en fiestas familiares ni en reuniones gauchas. En cambio, con orgullo y sin vergüenza, en las Criollas oficia de campanera: la que marca el tiempo de los jinetes.
Tiene un hermano, Javier, y un sobrino al que adora. Se llama Axel, a quien le dicen “Chuqui”, a pesar de que el niño es muy tranquilo. Su gran referente en la vida es su padre, Carlos, quien además de ser un gran amigo, siempre la apoyó en todo, fue su impulso y su aliento constante. Recientemente supo que será madrina de un varoncito, hijo de un amigo de toda la vida.
Inició su vida laboral ayudando a su padre como peón en las estancias donde él trabajaba. Le pagaban y todo, pasaba el día “rodeada de los bichos”.
Más adelante se vino a Durazno y trabajó de lunes a viernes en el kiosco de Cristina Viñoly. Terminada la jornada del viernes, corría hacia la campaña para pasar el fin de semana junto a su padre.
También trabajó de niñera en Durazno y tuvo una breve experiencia en Montevideo que duró un solo día: un taxista la robó y al otro día ya estaba de regreso en la campaña con su padre. “El viaje más corto que hice a Montevideo”, recuerda riendo.
Con 18 años, casi 19, se presentó a un llamado de la Intendencia de Durazno e ingresó. Apenas obtuvo la licencia habilitante, comenzó a conducir utilitarios chicos en un Centro de Integración Barrial.
De ahí en adelante no paró: se fue ganando un lugar, primero en camiones recolectores y luego hasta llegar a una cazamba. También maneja el camión con chata, es decir, los dos vehículos más grandes que tiene la Intendencia.
En ese camino hubo jerarcas que confiaron en ella y otros que no, pero su gran satisfacción es que aquellos que no apostaban por ella hoy la valoran, respetan y reconocen por su gran capacidad de trabajo y responsabilidad.
Cabe destacar que sus camiones están siempre impecables: uno puede verse reflejado en ellos de lo limpios que están. Ella misma se ocupa de su limpieza y mantenimiento. Para Dahiana, cuidar su herramienta de trabajo es fundamental por varias razones: no es de su propiedad, por lo que hay que preservarla aún más; es su medio de sustento y su segunda casa; de su correcto mantenimiento depende poder trabajar en buenas condiciones.
Hace 8 años que maneja el mismo camión, al que —como a todos los que condujo— bautizó con un nombre: “el Logunito”. El nombre proviene de “Loguno”, que representa el pelo de un caballo. “Como es blanquito”, explica. Los recolectores Iveco eran “los Tordillos” y los blancos y azules, “los Tubianos”.
Fue la segunda mujer al frente de un camión en la Intendencia, y sin duda la más joven. Por su condición de mujer, muchas veces sintió la presión de moverse en un ámbito muy masculinizado. Recuerda el día que llegó al Corralón y todas las miradas se posaron en ella mientras caminaba. Hoy esa situación ha cambiado bastante: su presencia ya no sorprende y, aunque sigue siendo la única mujer en camiones grandes, ya hay más mujeres manejando.
Fuera del ámbito laboral, mantiene un trato cordial y respetuoso con sus colegas en canteras y otros espacios. Nunca tutea, siempre usa el “usted”, porque entiende que eso ayuda a mantener una buena distancia.
Sin embargo, considera que aún queda mucho camino por recorrer en materia de igualdad para las mujeres en su rubro. No se trata solo del trato o las oportunidades, sino también de contar con servicios adecuados: alojamientos, baños en los descansos, en las canteras, en la ruta… cosas que muchas veces no se imaginan, pero que son imprescindibles para el cuidado personal. Integra un grupo de mujeres al volante en el que se apoyan mutuamente y comparten anécdotas e información.
Conducir podría considerarse su hobby. Incluso pide trabajar en sus días libres. Además, disfruta pasear con su perra Kalimba, integra la aparcería “Coraje, Lazo y Espuela” de Goñi —“es la que lleva una virgencita”, me cuenta—, le encanta tocar la guitarra e irse a la campaña.
Acaba de cumplir uno de sus mayores logros: tener su casa propia. Hace un año recibió la vivienda que construyó con sus propias manos mediante el sistema cooperativo. “Hubo momentos de cansancio, de acumulación de horas de trabajo, de ganas de bajar los brazos, pero cuando se tienen objetivos claros se sigue remando y se logra. Fue más difícil porque estaba sola para trabajar, serenear, pagar personero cuando no llegaba por los viajes… pero hoy miro atrás y me digo a mí misma: VALIÓ LA PENA”, asegura con satisfacción.
No tiene grandes aspiraciones, pero los camiones cada vez más grandes la emocionan. Riendo dice: “Si viene la oportunidad de un tri tren, me tengo que ir de la Intendencia”. Sugiero que la Intendencia compre un Tri Tren, porque ya tienen chofer.
Hoy se siente feliz, porque todo lo que se ha propuesto lo ha conseguido, y eso le da confianza en su futuro: sabe que cualquier meta que se trace, la logrará. Es una agradecida de la vida y, en especial, de las oportunidades que tuvo para dedicarse a lo que le gusta.
Su mensaje final es para todos, pero en especial para las mujeres: “Que se animen, que luchen, que se fijen sueños que sean lo que verdaderamente quieran ser y hacer en la vida. A veces cuesta, pero con paciencia y trabajo las cosas se logran”.
