Los propósitos de Mariana: ser constructoras de una sociedad mejor
Mariana Arismendi Rodríguez es una mujer muy soñadora y ambiciosa en cuanto a sus propósitos. Siempre tuvo claro que iría detrás de sus sueños, que su destino era volar, ir en su búsqueda sin importar los desafíos ni obstáculos que hubiera que sortear. Es una mujer que valora mucho los vínculos, que necesita los afectos de su familia, de sus amigos y de su comunidad, y que entiende que la forma en que te conduces frente a ellos es lo que te define como persona, ya que son el espejo que refleja la manera en que percibimos el mundo y cómo interactuamos con la sociedad que integramos.
Por Anabela Prieto Zarza
Por eso, a pesar de que se fue, volvió a su Florida natal. Su vínculo con las personas y los afectos es tan grande, que hoy, a sus 37 bien vividos años, dice orgullosa, resaltando su sentimiento de pertenencia: “Soy del interior, vivo y trabajo en el interior”.
Para entender y valorar la contundencia de sus expresiones, es necesario conocer lo que fue su vida. Mariana nació en Florida. Es hija de Mario Arismendi y Ana Rodríguez, tiene un hermano mayor que se llama Guillermo. Es la mamá de Juan Manuel De León y la compañera de vida, desde hace más de 13 años, de Alejandro De León, responsable de algunos cambios sustanciales en su vida, como veremos más adelante.
Su infancia y el comienzo de la adolescencia transcurrieron en Florida, pero en la crisis del 2001-2003 sus padres se fueron a Brasil en busca de mejores oportunidades. Para Mariana, ese desarraigo a los 14 años no fue fácil: extrañaba sus vínculos afectivos, no era feliz y decidió volver con autorización de sus padres. Para ello, debía juntar el dinero para el pasaje; lo hizo y regresó sola a Florida, a la casa de su abuela, que le dio techo y comida, cubriendo sus necesidades básicas.
Mariana quería tener una adolescencia normal: ir a cumpleaños de 15, comprarse su ropa, salir a divertirse, vivir como los jóvenes de su edad. Tempranamente maduró y descubrió que estaba sola en ese camino, que de ella dependía forjar su destino. Tenía que trabajar, pero sobre todo tenía muy claro que debía estudiar, para construirse un mejor futuro. Algo que a sus padres no les fue posible por circunstancias de la vida y de haberlo tenido, les hubiera dado otras oportunidades. Tenía que romper el ciclo y ser universitaria. A los 16 años el trabajo y el estudio eran su motivación.
De mañana iba al liceo, de tarde repartía diarios puerta a puerta —una producción local— y los fines de semana trabajaba como moza en eventos para una empresa de servicios de fiestas.
Llegaron los 18 y el fin del ciclo secundario. Sus padres radicados en Montevideo, intentando estabilizarse económica y laboralmente. Mariana quería ser bióloga marina, carrera que no existía en el país. Por eso, en la Facultad de Ciencias comenzó a estudiar biología. Tenía que autosustentarse, así que trabajaba de niñera y en limpiezas en la casa de un matrimonio joven. Vivía en una pensión femenina cercana a su trabajo e iba a Facultad. Lo que ganaba no le alcanzaba ni para las fotocopias, y aunque sus padres la ayudaban en algo, no alcanzaba. Tampoco le daban
los tiempos. Hizo un semestre, pero faltó mucho. A eso se sumaba la desazón de que para ser bióloga marina debía irse al exterior, y era consciente de que no tenía los medios para hacerlo.
Comenzó a cuestionarse qué hacer con su vida, tenía que ser algo que tuviera valor para la comunidad y que a la vez disfrutara y la hiciera feliz. Incrementó sus actividades laborales: trabajó de moza, en una importadora de ropa, en distintos locales comerciales. Pero la realización personal se veía distante; no encontraba salida a la realidad que estaba viviendo, que claramente no era la que quería. Nunca había considerado la carrera de Medicina: la veía extensa, simplemente, no estaba en su radar. Se sentía muy perdida, el sentimiento de no poder era fuerte. “La educación terciaria en Uruguay cuesta, para todos, y más para la gente del interior.”
Un día recibió un correo de su prima —a quien siente como una hermana— contándole que estaba estudiando Medicina en Cuba. Ese mail fue un mensaje, una señal, una misión que el universo le enviaba, algo más grande que le indicaba: “Este es tu camino, abrázalo fuerte, es por acá”.
Lo primero que pensó fue: “No tengo nada que perder. Había aprendido muy temprano a nutrirme de la energía de mis vínculos queridos a la distancia; el desapego me había enseñado a hacerlo”. Y no lo dudó: postuló a una beca que ofrecía la Embajada de Cuba y que gestionaba la FEU (Federación de Estudiantes Universitarios). Nunca tuvo dudas de que la iba a ganar. Comenzó el proceso administrativo para acceder a ella.
Había que pagarse el pasaje era muy costoso. El valor del dólar era otro en aquella época. Además debía comprarse todo, desde la valija hasta los recursos básicos para mantenerse en Cuba. No contaba con los recursos. Nuevamente puso de manifiesto su gran entereza y voluntad de trabajo porque sus objetivos eran claros. Vivía con una tía en Carrasco. Dejó los estudios y se abocó a trabajar tiempo completo: varios empleos durante la semana, los fines de semana como moza, e incluso una temporada en Punta del Este, donde trabajó mucho y ganó lo necesario: “Dormía 4 horas con las piernas para arriba, apoyadas en la pared, para descansar las piernas que ya no me daban más”
Mientras tanto, iba superando las instancias de preselección. Todo ese sacrificio era por las dudas de que ganara la beca, pero ella no dudaba: sabía que se iría. Sorteó con éxito todas las etapas, entrevistas con psicólogos y hasta con la propia Embajadora, que le explicó a dónde y a qué iba. Nada la detuvo. Hasta que un día recibió la llamada: “La semana que viene te vas”.
Se fue. Y se enamoró de la Medicina: encontró su propósito. Entendió que todas las dificultades que vivió fueron para llevarla hasta allí, para que comprendiera que debía volcar algo bueno en la sociedad, para poder cambiar las cosas que no le gustaban de la misma, y que la Medicina era una herramienta, un instrumento para incidir desde un lugar positivo.
Aprendió y se enamoró de lo que significa ser médico: el humanismo que se requiere, la bondad, el amor que se debe poner para trabajar con personas que vienen en su máxima expresión de vulnerabilidad, buscando ayuda.
Ya recibida, volvió a Uruguay, de pasada y sin muchas intenciones de quedarse, con ganas de seguir volando. Pero conoció a Alejandro, y sus planes cambiaron. “La verdad, no puedo estar mejor. Las cosas son como tienen que ser, y por una buena razón”, concluye.
Comenzó a ejercer su profesión como muchos: haciendo suplencias y guardias en el interior de Florida. Posteriormente se radicó en un pueblo del interior, en Cardal, donde durante tres años ejerció como médico rural. Durante las rotaciones en Cuba había sentido una atracción importante por la acupuntura. “Cuando te recibís, te das cuenta de que queda todo por aprender”. Fue entonces, en Cardal, que comenzó a hacer un posgrado. Quería entender cómo funcionaba la acupuntura, una rama no tradicional de la Medicina.
Fue descubrir su segunda misión en la vida. Conoció a un grupo de personas con quienes descubrió que se podía practicar una medicina mucho más integradora, con una atención más personalizada y humana del paciente. Descubrió un camino, en el que se siente realizada por lo que puede brindar a los demás: el tratamiento de la terapia del dolor.
Lo define así: “Es ponerte al paciente sobre el hombro, ayudarlo a atravesar un valle escarpado, acompañarlo, alentarlo, hacerle ver que al final puede aliviar su dolor, mejorar su calidad de vida”.
Mariana es muy ambiciosa: quiere ayudar a todos los pacientes que llegan a ella, sin importar edad, sexo ni condición económica. Sabe que es una utopía, que con todos no se puede, pero, como buena soñadora que es, lo intenta. Para eso sigue saliendo al mundo, sigue formándose, sigue estudiando, porque tiene claro que su misión es ayudar.
Por eso elige trabajar en su propio consultorio: para hacerlo a su manera, a su ritmo y de acuerdo con sus valores y objetivos profesionales y personales. La mayoría de sus pacientes llegan a ella por recomendación de otros pacientes, y eso la llena de satisfacción, porque significa que lo que hace funciona y la impulsa a seguir adelante.
Para conocer mas sobre Mariana la encontramos en
Facebook: Dra Mariana Arismendi
Instagram: @clinicadra.marianaarismendi
WhatsApp: 091230334
El estudio es uno de sus principales intereses, por eso lee mucho sobre medicina. Le gusta leer y le gustaría tener más tiempo para leer “otras cosas”. También le gusta cocinar, disfruta de sus plantas —que tiene un poco abandonadas—, en especial de su colección de tunas. No tiene mascotas porque Juan Manuel es bastante alérgico al pelo de los animales y porque no dispone de patio.
Aun así, le gustan los animales. Insólitamente, le encantan las loritas verdes. De niña tuvo una llamada Poli, su mejor amiga, con quien compartía desde las tediosas siestas hasta las más audaces travesuras.
Mariana es una mujer feliz. Se siente muy afortunada y considera que tuvo mucha suerte en su vida. Es agradecida con su propia historia porque gracias a ella desarrolló su capacidad de resiliencia: “Las cosas feas que me tocó vivir las transformé en cosas buenas. Soy feliz y estoy en paz”.
Es defensora de las mujeres, no de su condición biológica sino de su capacidad de construir: “Las mujeres somos constructoras. Somos capaces de construir redes de contención, de generar una energía que sostiene a la sociedad. Siempre nos andamos buscando, porque tenemos una gran capacidad de trabajo, porque somos poderosas. Y cuando nos demos cuenta de nuestro poder, lograremos grandes cambios en la sociedad”
Nada más que decir, sólo que, con respecto a nosotras las mujeres, pienso lo mismo que Mariana, a quien le agradezco profundamente sumarse a este proyecto.
