Sandra: una mujer en permanente construcción, sensible a la otredad

Sandra Valeria Acevedo Cameto se define como una humilde profesora, una mujer en permanente construcción, madre, esposa, con muchos roles, pero sobre todo sensible a la otredad, siempre interpelada por el otro. Una vida de ensayo y error.

Por Anabela Prieto Zarza

Nació en San José de Mayo y, entre risas, se presenta con orgullo: “maragata, de Omar Gutiérrez te diría”. Sus padres, Óscar Acevedo Pino y Nelly Josefina Cameto Ponce, le dieron una infancia feliz en el medio rural, donde aprendió del hacer práctico. Óscar era productor rural; Nelly, una mujer “muy luchona”, soñaba con ser maestra, pero por sufrir de asma no se lo permitió. Volcó entonces sus energías en la educación de sus hijas y en el acompañamiento de su esposo.

Sandra tiene tres hermanos: Eduardo, técnico en explosivos; María de los Ángeles, abogada dedicada a la defensa de infancias y mujeres víctimas de violencia con la que tiene extensas tertulias; y Yliana, la menor, multifacética y creativa, es técnico en construcción, instructora de zumba, editora de fotos y videos.

Si bien se esperaba otro camino, Sandra eligió la filosofía, el arte de interpelar el pensamiento. Cree que la influencia vino de sus tías maestras del lado paterno. En 2009 se casó con Sebastián, administrativo de obras. Su plan era seguir formándose mientras él trabajaba en Rivera, pero a los tres meses de casados, Sebastián sufrió un infarto de miocardio. Los sueños de continuar los estudios quedaron atrás, la pareja se mudó a Rivera, donde Sandra trasladó sus horas docentes y comenzó a trabajar en tres liceos, rural Cerro Pelado y urbanos en Vichadero y Rivera. Fue maravilloso. Allí se descubrió a sí misma y otros entornos. Se festejaban cumpleaños de 15, se hacia quinta, criban lombrices californianas, las “caronas” para trasladarse, la riqueza de la frontera y forjó vínculos que mantiene hasta hoy.

Un año después, la empresa donde trabajaba Sebastián trasladó sus obras a Carmelo. El cambio coincidió con un duro golpe: la muerte repentina de su padre en un siniestro de tránsito. Un choque frontal con el esposo de una prima, que también fallece.

A pesar del duelo, debió reubicarse, reconstruirse y empezar de nuevo. En Carmelo encontró contención en la comunidad educativa y, especialmente, en el director Miguel Banchero, quien se convirtió en referente y amigo. Esa comunidad también estaba atravesando por un momento muy doloroso, por lo tanto la contención fue recíproca. El dolor une. Allí aprendió a transformar el dolor en fuerza para acompañar a otros.

En 2013 nació su hija Valentina, “carmelitana”. Cuando la empresa trasladó nuevamente a Sebastián, esta vez a Durazno, él viajaba mientras Sandra y la niña permanecían en Carmelo. Pero una reestructura dejó a Sebastián sin empleo. Al mes ingresó a una nueva empresa en Durazno y, con dos años de Valentina, la familia decidió mudarse.

Fue otro desarraigo difícil: sin redes ni familia, Sandra debió relegar parte de su vida docente para cuidar a su hija. Con el tiempo logró integrarse y hoy está feliz en Durazno, aunque con afectos repartidos en distintos lugares. Valentina, con 12 años, ya se siente duraznense.

Actualmente Sandra enseña filosofía en el liceo Rubino. Hace tres años, su director de posgrado, David Sumiacher, la desafió a escribir sobre feminismo en construcción desde la práctica filosófica. De ese impulso nació un libro colectivo, publicado en la FILBO de Bogotá bajo el título Género y feminismos en construcción. Para ella, no se trataba de replicar un feminismo fragmentador, sino de pensar una propuesta que uniera, reconociendo la necesidad de dar tiempo también a los hombres y a las nuevas masculinidades para repensarse.

“El ser humano es un ser en permanente construcción —afirma—, debemos revisarnos constantemente y cuidar los vínculos que generamos. Se trata de rescatar el nosotros, romper diferencias y valorar la

unión”. Para Sandra, el libro significó revisar el sentido de vida, la manera de habitar el mundo, de generar puentes y de rescatar al otro desde lo que es.

En Uruguay, CECAFI (Centro para la Creación Autónoma de Prácticas Filosóficas) tiene en Sandra a su referente. Sus sueños no pasan por reconocimientos, sino por aportar junto a otros. Sueña con recuperar espacios de diálogo intergeneracional, como aquellos de los cafés de antaño, donde los abuelos compartían historias que lleguen a las infancias, convencida de que allí se curan las patologías sociales.

En su tiempo libre disfruta de caminatas con su familia o amigas, del aire libre como forma de oxigenar la vida. Ratón de biblioteca, se dedica hoy a la filosofía oriental. Considera que el feminismo debe ser abordado por todos: “Hay que abandonar la cultura del odio y abonar espacios de amor, escucha y contención. Conectarse verdaderamente con el otro, darse el tiempo para ello”.

Sandra se reconoce feliz, aunque con momentos de infelicidad, y de esa dualidad extrae las reflexiones filosóficas que marcan su vida.