Marina Cáceres Cataldo, hija de Marino Cáceres y de Ema Cataldo de Moroni, hermana de Gustavo, Sergio y Rosana, nació en Montevideo donde vivió hasta los 23 años, cuando se casó y se trasladó a Durazno.
Por Anabela Prieto Zarza
Estudió abogacía y trabajó en el Banco de Crédito, frente al Gaucho. Ambas actividades fueron parte de una formación que no terminó, pero que la ayudó mucho a tomar decisiones a lo largo de su vida.
Cuando se casó, esta montevideana de Pocitos se vino a vivir al campo, a un lugar precioso sobre Ruta 5, pero como tantos de la época, sin luz, sin agua y, aunque las actuales generaciones no lo entiendan, sin teléfono.
Allí nacieron dos de sus hijos: Fito y Nacho que actualmente tienen 43 y 42 años. Juan, el más chico, de 33, nació cuando ya estaban viviendo en Durazno. La llegada a la ciudad se produjo cuando los chicos comenzaron la escuela. De esa época conserva un recuerdo muy lindo: haber formado parte de un hermoso proyecto a cargo de Veronique Despaux, el inicio de CEFI.
El 12 de noviembre de 1994 abre La Farola. Divorciada y con tres hijos a cargo, pasa a ser responsable de su familia y de su sustento. Nunca había tenido un comercio ni mucho menos contacto con el rubro gastronómico: “solo la cocina de mi casa”, dice riendo.
El local en el que funcionaba el antiguo Bar 18 quedó vacío, lo alquiló y se instaló. Era un local chico, pero la necesidad, la voluntad y la capacidad de trabajo eran muy grandes. Allí comenzó a construir su vida en torno a la Plaza Sarandí. Alquila un apartamento en la calle 19 de Abril, trabaja en 18 de Julio y comienza a ahorrar en la calle Herrera, en el Banco República. Todos los días cruzaba al banco para depositar sus ahorros. Esa constancia y determinación tienen que ver con su carácter y, seguramente, con su afán de asegurar el bienestar de su familia.
Sus hijos concurren al Colegio y Liceo San Luis, porque para Marina la educación es muy importante. Diez años después logra cumplir el sueño de la casa propia: compra una vivienda pequeña, pero propia.
En 1987 llega a su vida Nery, gran colaboradora que se convirtió en parte de su familia y gracias a quien pudo dedicar tantas horas a su trabajo, sabiendo que sus hijos estaban en buenas manos. Juan tenía un año y medio, y Marina trabajaba de lunes a lunes. Nery estaba al pie del cañón todos los días, desde las 17 hasta el cierre de La Farola. Actualmente, con 76 años, sigue siendo una visita permanente en la casa de Marina.
Llegó el momento de crecer. Hace 21 años, los propietarios del local contiguo al que ocupaba, le ofrecieron la posibilidad de ampliar su negocio. Para Marina fue la concreción de un sueño: significaba ampliar la carta, brindar almuerzos y cenas, ofrecer nuevos servicios. No lo dudó. Se mudó y hasta hoy permanece en dicho local, más grande y con otro potencial.
Con su empresa ha acompañado las circunstancias económicas del país, atravesando momentos difíciles y otros espectaculares, como lo fue para Durazno la llegada de grandes inversiones —parques eólicos, industria láctea y agropecuaria, frigorífica, la planta de celulosa— que generaron empleo y, con él, mejores niveles de consumo. En ese contexto tuvo la oportunidad de brindar viandas diarias durante varios años, lo que dio un impulso importante a su negocio.
Es una agradecida de las oportunidades que le dio Durazno. Sin ser de aquí, se sintió querida, pudo desarrollarse laboralmente, educar a sus hijos y darles la posibilidad de tener una vida digna. Nada le vino de arriba: se lo ganó con trabajo, constancia, ética empresarial y los pies sobre la tierra. Supo aprovechar oportunidades, ser aguda en las inversiones y, sobre todo, estar encima de su negocio en todas las áreas, en especial en el contacto con los clientes. Y cuando es necesario, hace de todo: muchas veces se la puede ver llevando a los chicos del reparto o atendiendo mesas, porque no duda en ser moza: “me encanta ser moza”, afirma con entusiasmo.
En la pandemia nunca cerró. Trabajaba con la luz apagada en el salón, entregaban a domicilio e incluso, a quienes atravesaban Covid, les dejaban la vianda afuera y les abrían una cuenta pendiente de pago hasta que se recuperaran. Eso habla también de su empatía en un momento difícil y desconocido para todos: “Era una forma de tener trabajo, y se cumplía una misión muy importante”.
Acompañaron la llegada de grandes eventos a un Durazno que no estaba preparado para recibir tanta gente. Aprendieron a encarar esa multitud y contribuyeron a que la ciudad pudiera responder. Siente que, como empresa, acompañaron el desarrollo de Durazno, que ha crecido muchísimo.
“En La Farola se festejaron cumpleaños de generaciones que hoy celebran los cumpleaños de sus hijos”, cuenta emocionada. Se han celebrado recibimientos, despedidas, fiestas de fin de año; siente que su empresa está inserta en el corazón de los duraznenses y agradece el vínculo maravilloso que ha generado, que trasciende lo comercial.
Actualmente da trabajo a 10 personas, que para ella son muy importantes. Algunos de sus colaboradores la acompañan desde hace 20 años, creciendo junto con La Farola. De sus hijos, Nacho es el único que ha seguido sus pasos en el negocio: se encarga del mediodía y ofrece almuerzos y meriendas hasta las 16; desde las 17 hasta el cierre se hace cargo Marina, quien “no se permite llegar tarde”.
En su recorrido por las mesas ha sido una gran promotora de Durazno, destacando los lugares para visitar. No concibe que la Iglesia San Pedro o la obra de Dieste pasen desapercibidas, ni la historia de la Guayreña. Es una verdadera embajadora local, porque se siente una duraznense más.
Gracias a La Farola tuvo la oportunidad de conocer a presidentes, ministros, embajadores, artistas nacionales e internacionales, deportistas. Y no solo de conocerlos, sino de atenderlos, conversar e interactuar con ellos. Recuerda especialmente un 29 de diciembre en que fue Cáceres, y los fanáticos le pedían fotos y autógrafos. Se dio cuenta de lo difícil que es para esas personas disfrutar en paz de un almuerzo, aunque, riendo, admite: “nosotras también tenemos una foto con él”.
Hace 22 años tuvo un siniestro grave y se fracturó la columna. Fue un quiebre importante en su vida, pero fiel a su espíritu luchador, superó ese difícil momento, del que conserva una cajita donde guarda tarjetas, cartitas y saludos de amigos y clientes deseándole una pronta recuperación, “un tesoro muy valioso”.
En lo cotidiano, sus distracciones son caminar y el gimnasio. No tiene tiempo para mucho más.
Cree que no tiene cosas pendientes: ha logrado lo que quiere y lo ha hecho sola, sin depender de nadie ni de nada. Sus aspiraciones son seguir trabajando un tiempo más y no más que eso.
Siente que “la vida, por un lado, le fue esquiva, pero por otro, muy generosa”. Se considera afortunada por haber llegado a Durazno, por la familia que formó, por el rubro que eligió y por haber podido sostener una empresa gastronómica, en un sector con tanta competencia formal e informal.
Es feliz porque para ella “lo más lindo ha sido ser mujer, madre, independiente; que su trabajo le permitiera accionar a su manera, lograr lo que nunca imaginó, llevar adelante una empresa con perseverancia. Los que no tenemos patrimonio tenemos que apostar al trabajo, a la responsabilidad, a la puntualidad, a que estas cosas sean vistas como un logro en la vida”.
