Rossana Rosano: La fuerza de hacer lo que se ama

Rossana Mercedes Rosano Fagián, de 53 años, está casada desde hace 14 años con Luis Berón Torena, aunque juntos suman ya 27 años de vida compartida.

Por Anabela Prieto Zarza

Hija de una familia trabajadora de clase media, recuerda con cariño a su padre, Ovidio, que trabajaba en una panadería: “todo lo que sé de mostrador se lo debo a él”. Lo perdió muy joven, cuando tenía apenas 21 años. Su madre, Blanca, comenzó a trabajar en el Centro Unión cuando ellos ya eran niños grandes, de 8 o 10 años: “por eso cada vez que voy allí revivo mi infancia, es como estar en mi lugar”.

Rosana tiene dos hermanos varones; el mayor falleció de un infarto siendo muy joven. Esa pérdida le dejó una enseñanza de vida: no posponer los encuentros con la familia y los amigos. “Vivíamos a 180 km, y no nos veíamos tanto como hubiéramos querido. Aprendí que aunque sea una hora, vas, compartís y volvés; no te perdés momentos”.

Como hija del medio, siente que tuvo una ventaja: ser la única mujer entre dos varones y, además, contar con el amor incondicional de su madre, quien, a pesar de algunos problemas de movilidad, mantiene su lucidez intacta. Rosana se encarga de que reciba los cuidados necesarios para asegurarle calidad de vida.

Cursó primaria en el Colegio San Luis y luego en la Escuela N.º 1, cuando su hermano menor ingresó. Posteriormente estudió en el Liceo Rubino y finalizó la tecnicatura en Administración de Empresas en la UTU. Guarda un especial recuerdo de dos grandes profesores de contabilidad: Navatta y Leites.

Su vida laboral comenzó muy temprano, a los 15 años, en la panadería con su padre. Tras el fallecimiento de este, comenzó a trabajar en el comercio de Abi Rached, en la calle 19 de Abril. “Susana me enseñó lo que era un calibre”, recuerda. Posteriormente trabajó con Felipe, en la calle Artigas, donde permaneció varios años, manteniendo hasta hoy un vínculo afectuoso con la familia Abi Rached.

En 2006 ingresó como administrativa en Ford, con Nelson —conocido por todos como Mondonguillo—. Allí se encargaba de coordinar los servicios de los vehículos, trámites de empadronamiento ante la Intendencia y múltiples tareas. Antes de hablar de su propia empresa, hace una reflexión que resume su recorrido: “tuve muy buenos maestros”.

Un día decidió dejar de trabajar para otros y emprender. “Si lo hubiera pensado demasiado, capaz que no salía”. Comentó su idea a dos viajeros y ambos le ofrecieron apoyo con mercadería. No tenía capital, pero sí preparación y entusiasmo. Puso el local y arrancó.

Recuerda emocionada el apoyo de sus amigas: unas le regalaron los carteles publicitarios, otras el teléfono inalámbrico, otras las boletas. Hasta marcaron mercadería con ella. Mondonguillo le obsequió un mostrador que bajaron de un altillo en la Ford. Y aún conserva con cariño un reloj de pared que le regaló Pety. “Hay que ser agradecida con la vida, con mis amigas, con la gente que confió en mí, con las oportunidades y las enseñanzas recibidas”, afirma.

Aunque se mueve en un mundo mayoritariamente masculino, nunca sintió limitaciones por ser mujer. Sus clientes confían en ella, en sus recomendaciones y en su empresa. Mantiene excelentes vínculos con proveedores y clientes, y valora especialmente al equipo de trabajo que la acompaña: tres jóvenes, dos de ellos con más de 12 años en la empresa. En 2026 celebrarán 15 años de trayectoria. “Además de verme trabajar, entienden cómo es la cosa, saben lo que uno quiere y somos como una familia, pasamos muchas horas juntos”.

Antes de abrir, consultó sobre marketing con una profesional, Analía Martínez, quien le aconsejó: “vos empezá nomás, que la noticia circule de boca en boca, y a partir del 1º del mes que viene arrancamos con publicidad”. Así lo hizo, y fue un éxito.

Comenzó en un local pequeño y hoy funciona en Arrospide 677, más amplio y cómodo. Se siente feliz con su empresa: realizada, disfrutando lo que hace, encantada de atender al público. “La felicidad pasa por hacer lo que a uno le gusta”, asegura.

Durante la entrevista, su celular sonaba constantemente. Con amabilidad respondía cada consulta, dejando ver su cercanía, confianza y eficiencia en el trato con proveedores, clientes y empleados.

El rubro de los repuestos ha cambiado mucho desde que comenzó: “hay que mantenerse actualizado, los avances nos facilitan el trabajo”. Recuerda, como ejemplo, que antes las juntas de tapa de cilindro se dibujaban en papel y se enviaban por fax; hoy basta una foto por celular. Las baterías llegaban vacías y había que llenarlas con ácido; ahora vienen cargadas y selladas.

Rosana no es de enojarse ni de discutir, pero es firme: cuando algo no funciona, a nivel laboral o personal, se termina. Así ha transitado por la vida, sin conflictos, con claridad y paso seguro.

No tuvo hijos por decisión propia. A los 40 reconsideró la idea por un momento, pero llegó la empresa que ocupó su tiempo y volvió a descartarla. “Además, Luis ya tenía su hija e incluso es abuelo, así que tema resuelto”.

Su terapia y desconexión es la gimnasia, a la que concurre de lunes a jueves. “Es mi hora personal”, dice. En otros tiempos se levantaba a las 7 de la mañana para ir a la Terminal a buscar mercadería y cerraba a las 20 hs; hoy se da ese espacio que considera se ha ganado. Siempre le gustó abrir y cerrar su negocio, y lo sigue haciendo. También disfruta de viajar con amigos, preferentemente a la playa.

Siente que no tiene sueños pendientes. Valora su salud y lo considera lo más valioso. “La gente se enoja por cosas simples y no se da cuenta de agradecer el solo hecho de despertar y poder levantarse cada día”.

Su recomendación es clara: no olvidar los orígenes ni los principios. Saludar, dar los buenos días, las buenas tardes, un beso. “Ser educados y afectuosos hace la diferencia en la vida de las personas”.