Carla Encontró su camino en la nutrición y el fitness

Carla Natalia Leunda Fumero, de 37 años, que no representa, se define como una eterna aprendiz. En ese camino ha encontrado su verdadera vocación y su medio de vida: es entrenadora, técnica en fitness y entrenamiento egresada de la ACJ, instructora de pilates y de yoga, y actualmente está culminando la Licenciatura en Nutrición en la UDELAR, a la que solo le restan las prácticas para obtener el título.

Por Anabela Prieto Zarza

Su familia está integrada por su madre Gladys, su hermano Martín y su inseparable perra Franca, a quienes considera pilares fundamentales en su vida. Su papá Carlos falleció en el año 2017.

Su infancia y adolescencia transcurrieron en Durazno. Cursó primer año en la Escuela Nº 7 y luego pasó a la Escuela Nº 1. No se reconoce como una niña traviesa; al contrario, recuerda que fue “muy correctita”. Como sus padres trabajaban, pasaba gran parte del tiempo con sus abuelos maternos, con quienes compartía el patio de la casa. Su abuelo tenía una quinta, mientras que su abuela cocinaba, y ella se entreveraba entre ambos mundos, quizá ahí nació su afinidad por la nutrición. También conserva recuerdos entrañables de su abuela paterna, conocida en todo Durazno por sus dulces caseros: “entrar a esa casa era conectar con aromas y sabores”, rememora con nostalgia.

En secundaria asistió al Liceo Rubino y vivió una adolescencia que describe como normal, combinando estudios con ayuda en los emprendimientos familiares. Su padre, tenía taxi y ella atendía llamadas y organizaba viajes; también colaboraba en el almacén que tuvieron por un tiempo.

Como muchos jóvenes, llegó el momento de partir a Montevideo para continuar su formación. Allí vivió una de las etapas más lindas de su vida: experimentó la independencia, compartió apartamento con compañeras, residió en hogares estudiantiles y, cuando necesitó solventarse, trabajó en una zapatería. Lo que podría haber sido un motivo de angustia, para Carla resultó en un aprendizaje valioso y en una experiencia muy positiva.

Su proyecto inicial era estudiar Psicomotricidad, pero las vueltas de la vida la llevaron a cursar un año de Enfermería y finalmente optar por Nutrición, carrera que hoy está a punto de terminar, sólo le falta cursar las prácticas. En esa etapa universitaria, buscando ocupar su tiempo, comenzó a asistir a un gimnasio cercano a su casa. Confiesa que en el liceo no hacía más que cumplir con la actividad física obligatoria que no le gustaba nada y, si podía, faltaba. Pero en aquel gimnasio descubrió una pasión inesperada: se enamoró del movimiento, de la disciplina y de la energía que transmitía el deporte. Tanto así que decidió estudiar Entrenamiento en la ACJ. Dos años después, con el título en mano, tomó la decisión de regresar a Durazno, en 2017, justo en el año en que falleció su padre.

Desde entonces, Carla ha construido su propio emprendimiento, atendiendo grupos de entrenamiento en distintos espacios de la ciudad. Una experiencia muy significativa en su camino fue la que compartió con Néstor Fernández, deportista no vidente que se acercó para realizar actividad física para su vida. No encontraba un lugar apropiado para él. Carla le enseñó a utilizar materiales y hacer rutinas propias para no depender de nadie. Logró entrenar a la par de los grupos, totalmente integrado. Llegaron los maratones. Juntos participaron en pruebas de 5 y 7 kilómetros. Más tarde, Néstor —como presidente de ADID— la invitó a trabajar con los niños de la asociación. Carla atesora aquella experiencia, que le enseñó muchísimo y que le dejó la certeza de que algún día volverá a trabajar con personas en situación de discapacidad, ya que siente que es algo pendiente en su vida profesional. Quiere profundizar en su formación en esa área. Seguro lo hará.

Actualmente coordina grupos en ADIDU (Asociación de Diabéticos de Durazno), donde realiza un trabajo especializado, cuidando la planificación de acuerdo a las necesidades de la población con diabetes, aunque también participan otras personas interesadas en mejorar su calidad de vida.

En el Centro Unión presentó un proyecto que le permitió alquilar un espacio propio, donde forma grupos de entrenamiento femenino, a quienes guía con rutinas grupales y, cuando es necesario, programas personalizados.

Su propósito es claro: compartir lo que a ella misma la transformó. “Entrenar me cambió la vida, me ayudó a estudiar, me hizo bien”, confiesa. Por eso, lo que hoy constituye su sustento también es su manera de ayudar a los demás. Su misión es motivar y promover una vida saludable, proactiva y entusiasta, generando cambios positivos a través de la nutrición y el ejercicio.

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En su tiempo libre, Carla disfruta de entrenar, cocinar y dar rienda suelta a su creatividad: pinta pequeños cuadros, asiste a un taller de costura —donde diseña y cose sus propias creaciones— y participa en actividades al aire libre. Ha probado el trail running, el ciclismo en terrenos abiertos y actualmente practica spinning. Entre sus proyectos pendientes está incursionar en la música: aún no toca ningún instrumento, pero sueña con hacerlo algún día.

Al preguntarle por sus aspiraciones, reconoce que en Durazno todavía hay mucho por desarrollar en el área de la actividad física y la salud. Sueña con contar con más oportunidades y con un espacio que le permita crecer como profesional, desafiarse a sí misma, contar con mayor infraestructura y respaldo, y continuar estudiando.

¿Es feliz? No duda en responder: “Sí, me siento satisfecha con lo que hago y conmigo misma”. Y con una sonrisa, cuando se le pregunta por la pareja, a pesar de ser muy reservada, responde: “mejor no hablar, dejemos la puerta abierta”.

Carla transmite tranquilidad, paz interior y un amor profundo por lo que hace, por sí misma y por los demás. Aspira a que la gente se anime a ser auténtica, a moverse hacia lo que desea y, sobre todo, a buscar plenitud y felicidad, especialmente las mujeres, a quienes anima a no postergar sus sueños.