La trayectoria de una médica ginecóloga al servicio del país
María Fernanda Nozar Cabrera, de 50 años, vivió su infancia y parte de su adolescencia en una localidad del interior del departamento de Canelones, donde las vías y los vagones del tren eran uno de los escenarios característicos. AFE tenía una presencia importante. Empalme Olmos, además, contaba con una de las mayores industrias del país: la empresa OLMOS de Metzen & Sena, que era el motor económico de la zona.
Por Anabela Prieto Zarza
Fernanda recuerda las entradas y salidas de los turnos, la circulación de los trabajadores en bicicleta hacia la fábrica, al punto de que, por seguridad, a los niños no se les permitía salir a la calle en esos horarios. La población trabajaba en la fábrica o tenía comercios; la incidencia de la empresa era muy importante para la comunidad. La Comisión Fomento de la Escuela contaba con su apoyo para el mantenimiento del centro educativo, y las visitas de los escolares a la fábrica eran permanentes.
“Soy familiar de casi la mitad del pueblo”, dice en tono de broma, porque su mamá, Marta, es una de nueve hermanos y todos son de allí. También tiene familia numerosa por parte de su papá, Heber, oriundo de Rivera, uno de cinco hermanos. Mantiene vínculos con ellos y son tantos que, muchas veces, cuando va de visita, se encuentra con familiares que le tienen que aclarar de quién son hijos, nietos o sobrinos.
Del matrimonio de Marta y Heber nacieron tres mujeres y un varón. Fernanda es la menor de los cuatro hermanos.
Cuando llegó la etapa de cursar estudios secundarios, Fernanda tenía su vida dividida entre sus afectos. Sus padres se habían trasladado a Montevideo, y ella se quedó en Empalme Olmos, de donde no quería irse, viviendo con unos tíos que adoraba. El liceo no había logrado la habilitación, y sus padres ejercieron su autoridad: la llevaron a Montevideo. Vivían en el barrio Prado.
Con cierto retraso curricular, por lo irregular de estar cursando en un liceo no habilitado, ingresó al Colegio San José de la Misericordia, donde rápidamente se puso al día y de donde guarda muy gratos recuerdos.
Desde niña tenía definida su vocación por la medicina, y soñaba con ser pediatra. Mientras cursaba la carrera se sintió atraída por la medicina intensiva, pero en las rotaciones se encontró con el ejercicio de la ginecología y se enamoró. La motivación no solo pasaba por la atención a mujeres y lo que eso significa, sino por todo lo que rodea a la especialidad: la prevención y, sobre todo, la posibilidad de asistir a todo el circulo de relaciones de esta persona, que le abrió un mundo de posibilidades de crecimiento y realizaciones profesionales..
Se recibió en el año 2001, hizo la residencia de Ginecología y, quizá sin saberlo, se preparó para el futuro al realizar también un posgrado en Gestión de Servicios de Salud.
Es ginecóloga, dedicada fundamentalmente a la cirugía ginecológica, pero desarrolla además una actividad que es “su otra pasión”: la docencia universitaria. Siendo estudiante de medicina (ingresó a facultad en 1993), en 1997 comenzó a enseñar y hasta la fecha no ha parado. Empezó como docente grado 1 de Anatomía y hoy es Profesora agregada (Grado 4) de Ginecología en la UDELAR.
Integra el equipo del actual gobierno y ocupa el cargo de Directora General de Salud. Consultada sobre cómo llegó su nombramiento, me comenta que ocurrió de una forma bastante particular.
Fernanda trabajaba con el Dr. Leonel Briozzo, Grado 5, con quien tenía un excelente vínculo basado en el respeto mutuo, profesional y humano. También conocía a la Dra. Cristina Lustemberg del ámbito de la medicina, incluso era su referente en temas vinculados a ginecología.
Enterada del nombramiento de ambos, un día de enero, hablando del futuro de la clínica docente y contenta porque sabía lo dedicados que eran y lo preparados que estaban para ocupar sus cargos, le dijo a Briozzo que podrían seguir contando con ella desde su lugar, que continuaría apoyándolos desde lo
profesional. Jamás pensó en otra cosa ni en hacerlo desde otro lugar que no fuera el que ocupaba en ese momento.
(Emitiré aquí una opinión personal: creo que se debió a su perfil profesional, a sus capacidades individuales y al nivel de compromiso puesto de manifiesto en el ejercicio de su profesión, lo cual, como uruguaya, me llena de satisfacción. Ojalá siempre los cargos sean ocupados por los más capaces).
Un viernes de noche estaba operando cuando sonó el teléfono. Era Leonel. Le pidió al enfermero circulante que atendiera y explicara que lo llamaría al terminar. Al rato volvió a sonar. Esta vez era Cristina. El anestesista comentó: “Bueno… acá está pasando algo”. Nuevamente, el enfermero respondió que la doctora estaba en cirugía.
En el mismo orden en que recibió las llamadas, las contestó: Briozzo no la atendió, Cristina sí. Así recibió la propuesta. No lo dudó. Asumió el desafío y la gran responsabilidad política y profesional, que además implicó grandes cambios en su vida personal y laboral. En este sentido, dejó la mayoría de sus trabajos clínicos, clínicas, salvo una consulta. Redujo su carga horaria docente y lo que sí mantiene es la práctica de alguna cirugía en el interior cuando se requiere, con un doble propósito: evitar que pacientes tengan que trasladarse a Montevideo, con todo lo que ello implica, y potenciar la formación de recursos humanos en localidades donde funcionan centros docentes asociados (donde los estudiantes realizan la residencia en ginecología). Así ha operado en Rivera, Durazno, Salto, Paysandú, San José, Salto y muchos otros lugares.
Considerando que la medicina, y en especial el ámbito quirúrgico, es muy masculinizado con un sesgo de genero marcado, cuando se analizan los vínculos se perciben barreras para las mujeres. A ella, en particular, no la frenaron, pero existen.
En su tiempo libre se dedica, y seguramente le sirve para bajar revoluciones, a cortar el césped. También se convierte en peluquera y le corta el pelo a Pocha, su anciana perra, que se estresa mucho en la peluquería canina.
Su sueño —que seguramente está construyendo en este tiempo— es poder impactar positivamente en los indicadores de salud, lograr que la calidad asistencial sea cada vez menos dispar y mejorar tanto la gestión de la salud como la mentalidad de las personas (quizás este sea su mayor desafío).
A título personal le consulto, y responde: “Quisiera tener una vejez saludable, placentera, independiente. Para eso hay que trabajar en salud, en la propia y en la de otros. La medicina te invade: no es que uno pase trabajando las 24 horas, es que la tenés metida en tu ser, y por lo tanto en tu vida habitual porque es una profesión humanista”
”Tener claro el horizonte y no ajustarlo a las condiciones, no modificarlo”.
