Daniela González de Medina: la vida como novela, la educación como destino

Daniela Dorí (el nombre de su madre) González de Medina es una mujer con un niño adentro. Desde muy pequeña enfrentó momentos familiares difíciles. En esos años, tomaba a sus dos hermanos menores, Alejandro (15 meses menor) y Gonzalo (dos años y medio menor), los sentaba frente a la puerta del apartamento donde vivían —que se convertía en pizarra— y les daba clases.

Por Anabela Prieto Zarza

Sus padres, Dorí y Alfonso, eran ambos de ascendencia española. Aunque nació y creció en Montevideo, en la calle Durazno, los lazos con el departamento estaban presentes, aunque de manera sutil. Ya viviendo en Durazno, un día se le aparecieron en su casa varios “Corralejo”, familiares por parte de su madre, a quienes ni siquiera sabía que tenía.

No se considera duraznense, aunque está muy vinculada a la comunidad. Tampoco se siente montevideana. Daniela se define como una ciudadana del mundo, una visión que fue construyendo a lo largo de su vida laboral, en la que ha trabajado, presencial y virtualmente, con personas de distintos países, siempre en el ámbito de la educación.

Hizo bachillerato en Arquitectura y le fascinaban las ciencias: matemática, química y física. A pesar de tener buenas calificaciones, decidió ir a una academia para “fortalecer” sus conocimientos en física. Allí le dijeron: “No vengas más, no lo necesitás”, y la contrataron, con solo 16 años, para que ella misma diera clases. Ese fue su primer trabajo.

Luego estudió Secretariado Ejecutivo y trabajó en una empresa de importaciones que tenía un área social, lo cual la llevó a recorrer el interior del país. También pasó por Nuvó Cosméticos, AYAX, entre otros. Su primera carrera formal fue Informática, que estudió en la ORT. Ingresó a MEMORY, donde fue la primera mujer en ocupar el cargo de Coordinadora del Departamento Técnico, desde el cual se brindaba soporte a todo el país. Luego ingresa a COASIN trabajando en el área de importaciones. Al mismo timepo daba clases en INFOLAND: por un lado, importaba equipos y por otro, capacitaba en su uso —como a los funcionarios de la Biblioteca Nacional.

En la ORT conoció a su primer esposo, en una historia que parece salida de una película. En un grupo de estudio, tenían que reunirse en la casa de un compañero. Cuando llegó, todo le sonaba familiar: la casa, la dirección… menos el dueño de casa. Le preguntó a su madre y a su tía, y descubrieron que esa era una casa a la que solían ir porque eran amigos de la familia. Rebuscando, encontraron fotos de esos dos niños jugando juntos. No se reconocieron en la facultad, pero terminaron casados.

“Tremenda historia”, le digo. Y ella me responde: “Esperá que te cuente la historia con Daniel y vas a ver…”

Daniel González —sí, González como ella— es dibujante e ilustrador, director de arte en varias agencias de publicidad. Daniela habla de él con natural admiración: “Daniel nació con un lápiz y un papel en la mano, no se reconoce como otra cosa”.

En la ORT estaban por crear la carrera de cómic y le pidieron a Daniela que asistiera a una presentación del libro Historietas.uy, donde participaban grandes dibujantes uruguayos: Tunda, Ombú, Eduardo Barreto (el primer dibujante de Batman), Renzo Vayra y Daniel González. Ella lo vio y pensó “qué lindo chico”, pero él no la registró. Sin pruebas científicas, dice que ese día se selló su destino con Daniel.

Dos años después, Barreto renuncia a la docencia en ORT y Daniela propone dos nombres como su reemplazo, uno de ellos era Daniel. Adivinen quien quedó. Trabajan juntos durante dos años. Daniela empieza a decretar: si alguna vez tiene una pareja estable, será con Daniel.

En una feria de cómic en Pacha Mama va con la intención de encontrárselo. Y así fue, pero él estaba con quien se casaba en tres días, con la que se iba a vivir a España.

Pasó el tiempo. Daniela cursó una maestría virtual y debía presentar su proyecto en España. Al volver al aeropuerto, acompañada por un profesor, alguien le toca el hombro: era Daniel. Se saludaron. Ella volvió a Uruguay. Él se quedó. Corría el año 2003. No volvieron a verse.

En 2008, en la fiesta de fin de año de Metrópolis Films, se reencuentran. Ya existía Facebook. Ella lo busca (a pesar del nombre común), lo encuentra, le manda solicitud y publica su número de celular en su perfil. En febrero él la llama para tomar un café. La charla duró desde las 19 hasta las 3 de la mañana. Al despedirse, él le dice: “Ahora te toca invitar a vos”.

Daniela estaba decidida. Quería impresionar a un creativo. Diseñó una tarjeta de invitación física, enviada por correo tradicional. Fecha: 14 de febrero, sin saber que era San Valentín. Construyó un ludo en cartulina con los nombres “Daniel” y “Daniela” en los extremos, y 100 tarjetas con distintas acciones: cambiar la música (tenía una torre de CD), tomarse una foto (cámara digital), escribirse un chat (pero en libretitas que había traído de Barcelona), servirse delicias ocultas o elegir un vino (había blanco, rosado y tinto). Lo dio todo. Y Daniel “flasheó”. Hace 16 años de eso. Siguen juntos, con proyectos por delante.

Daniela llega a Durazno tras ganar un concurso para la Dirección de Educación de la UTEC en 2015. En 2016 se abre la sede Durazno, se presenta y queda. Nunca habían visitado Durazno, pero lo hablaron: si era designada, se mudaban. Así lo hicieron. Daniel trabaja para el exterior, solo necesita internet. Junto a sus cinco gatos y su perra Daria, se instalan en su nuevo hogar.

Pero no todo fue novela rosa. Su hermano Alejandro enfrentó una esclerosis múltiple muy agresiva que terminó con su vida. En 2018, trae a su madre a vivir con ella. Con 80 años, la acompaña hasta sus últimos días. Fallece en paz en agosto de 2023.

En marzo de 2024, durante Semana de Turismo, le diagnostican cáncer de mama. Al otro día de rendir su tesis (lo hizo a las 17 hs), la operan. Ganglio centinela limpio, comienza radioterapia. En ese contexto, muere Alejandro. Daniela no faltó un solo día a trabajar. Terminó su licencia en Turismo y volvió como si nada. Hoy está bien, bajo tratamiento por cinco años. Siempre le tuvo miedo a las enfermedades, pero no permitió que eso fuera su fecha de caducidad.

Actualmente, lidera un proyecto junto a su socia de Jujuy, Daniel y una exalumna: una Cooperativa de Trabajo llamada Buenas Mentes, que busca brindar educación, tecnología, innovación y arte a mujeres jóvenes del interior, con foco en género, para facilitar su inserción laboral o el desarrollo de emprendimientos.

Eterna estudiante, está por obtener un Diploma en Nuevas Economías, con un proyecto llamado Escuela de intercambio +60, un repositorio de experiencias de vida de personas mayores, que viven más, se mantienen activas y tienen mucho por aportar.

Su sueño: envejecer como su abuela paterna, que vivió hasta los 105, o como su madre, que llegó a los 94. Quiere que la cooperativa le permita mantenerse activa, terminar de reciclar su casa en Playa Grande, Maldonado, y poder caminar por la playa, sentir el viento y el mar.

Para Daniela los decretos funcionan, la ley de atracción existe.