Emprendiendo a los 60, con el corazón lleno de ilusiones

Silvia Jakeline Ansalás Ojeda es madre de María Noel, quien la convirtió en abuela de tres nietos hermosos: Valentino, Juan Ignacio (Nacho) y Federico. También es madre de María Antonella, quien le trajo a la nena de la familia: Guillermina. Hace 40 años que comparte su vida con Fredi. “Sumale los años de novios”, dice sonriendo. Si la dejás hablar de sus nietos, no para. Orgullosa de cada uno, revive sus anécdotas, los cobija, los protege, los cuida y los consiente.

Por Anabela Prieto Zarza

Silvia es la mayor de tres hermanas. Cuando tenía seis años, y sus hermanas cuatro y dos, perdieron a su madre, Ramona. Pero la tragedia no terminó ahí. A los pocos meses, su padre, imposibilitado de trabajar y cuidar de ellas, decidió dar en tenencia a las tres niñas. Así, Silvia perdió a su madre, a su padre y también a sus hermanas. Ella quedó con la familia de un tío paterno en Durazno; las más chicas se fueron con distintas familias a Pinamar. Aunque el contacto entre ellas nunca se perdió, el desarraigo fue brutal.

Su infancia transcurrió en Santa Bernardina, junto a sus tíos, a quienes recuerda con cariño. Tiene grabados en la memoria los paseos en bicicleta, las cometas en el aire con los gurises del barrio, y las idas a buscar leche a la Rural, a las que sumaba una amiga para que la acompañara —aunque tuviera que esperarla una eternidad— solo por no ir sola. «Demoraba dos horas en volver», dice entre risas.

A los 10 años su familia adoptiva se mudó a Pinamar por motivos laborales. Allí se reencontró con sus hermanas y vivieron una etapa de gran felicidad. Pero el emprendimiento fracasó, y vinieron nuevas mudanzas: Montevideo, luego nuevamente Durazno. Y otra vez los desprendimientos. La adolescencia no fue fácil. Cursaba liceo en el centro, pero el último ómnibus a Santa Bernardina salía a las 20 h, lo que le impedía participar de actividades sociales. No la dejaban quedarse en casas de amigas ni andar en moto. Aunque entendía que era por su bien, sentía que no vivía como las demás chicas.

En esos momentos se imaginaba que, si su “verdadera madre” estuviera viva, la comprendería, la escucharía y le permitiría vivir con más libertad. Comenzó entonces a idealizarla. Pero también a forjar el modelo de madre que ella misma quería ser: presente, atenta, comprensiva. Aquella herida profunda la convirtió en fuerza y convicción de lo que quería ser. Duda al hablar de sus pérdidas: no le gusta que sientan lástima por ella. Pero sus hijas la admiran por su resiliencia, por la historia que la hizo madre desde el amor. Y yo también la admiro, porque lo cuenta todo con ternura y coraje: su historia es ejemplo de cómo transformar el dolor en luz.

Ya joven, Silvia volvió a Montevideo, donde estudió Bachillerato Técnico en Administración de Empresas y trabajó en una bijouterie en Expo Ariel. Allí conoció a Fredi, su compañero de toda la vida, su socio ideal para construir la familia que soñaba. Ese «tano», orgulloso de ser tano y con un fuerte sentido de familia, fue clave para que Silvia pudiera ser la madre que se había prometido ser: presente, protectora, amorosa. Hoy, cuando vienen las gurisas y sus familias, él está pendiente de cada detalle. “No hay duda de que Fredi es el compañero que tenía que tener”, afirma, sin titubeos.

Aunque no es italiana de sangre —es vasco-francesa, “de ahí lo porfiada” bromea—, desfila con la Sociedad Italiana en la celebración de los 200 años de nuestra ciudad. Fredi, su madre, sus hermanas, le transmitieron las tradiciones italianas que hoy Silvia lleva con orgullo.

Durante años vivieron con los suegros, que tenían una fábrica de caños. Silvia colaboraba en la administración. Luego compraron un terreno para su casa. Cree en los decretos, y lo cuenta así: el terreno lo compraron en dólares, y a los pocos meses quebró la tablita. Silvia, decidida, fue a la inmobiliaria y propuso pagar una cuota menor en dólares, extendiendo el plazo. El dueño aceptó encantado. “Dios no me pudo haber permitido comprar ese terreno para quitármelo a los dos meses”, dice convencida. Moraleja: hay que buscar soluciones, ser creativos, propositivos y actuar.

Construyeron su casa y volcaron allí todos sus recursos. Como necesitaban más ingresos, estudió peluquería. Se prometió abrir su propio local el 24 de diciembre. El 22 se mudaron. El 24, abrió. Así fue. Soñó su peluquería y la hizo realidad. La mantuvo durante 16 años, feliz y en constante formación. Pero la vida da giros, y por razones de salud y el uso de productos abrasivos, tuvo que cerrar. Le dolió. Dejar

atrás clientas fieles fue difícil. Pero un día, con decisión, regaló todo y vació el local (ella no quiere que cuente, pero a la chica que le regaló todo, hace unos días abrió su propia peluquería).

Comenzó entonces a tejer ropa de bebé. No logró insertarse en el mercado, pero, como siempre, volvió a reinventarse. Así llegó el mundo de las velas. “No es solo derretir cera”, aclara. Es química, ensayo y error, muchas pruebas. Pero hoy es feliz con sus creaciones, al igual que con los sahumerios de hierbas naturales.

Los pedidos comenzaron a llegar. Una bodega le pidió una vela en copa de vino, con olor y color a vino. Silvia creó una rosa, porque sabía que en los viñedos se plantan rosales como advertencia de enfermedades. Pura creatividad. Así es el emprendedurismo: ingenio, estudio, pruebas, pasión. Empezó vendiendo a familiares, amigos y clientas de la peluquería. El boca a boca hizo lo suyo. Conoció Redex, se vinculó con otros emprendedores, participó en ferias y cursos. Hoy sube videos a Instagram contando sus procesos. “Tuve más de mil vistas”, dice feliz. Recibe pedidos personalizados, de todo el país. Se siente libre, hace lo que ama, con ingresos y flexibilidad. En vacaciones no descansa: hace ferias en Araminda. Así es Silvia: inquieta, creativa, audaz. Y realizada.

Sus redes: Facebook: Silvia Ansalas – Arte en velas – Instagram: néctar_arteenvelas

Ahora camina, escucha música, disfruta de la playa, del mar, la arena, las olas. Las vacaciones son en familia: hijas, yernos, nietos, tíos, abuelos. Le gusta recibir gente, organizar fiestas. “Cuando Fredi lea esto va a decir que él es el que organiza todo… ¡y es cierto! Piensa hasta el último detalle”.

Le pregunto si es feliz. Responde sin dudar:

– Sí. He logrado todo lo que me propuse. Cumplí muchos sueños, aunque siempre hay nuevos por cumplir. Ojalá nunca me falten los sueños. Son parte del crecimiento humano.

Quiere viajar, conocer Italia. Esta italiana por adopción siente que debe ir a encontrarse con lo que ha recibido de esa familia de ascendencia italiana. Y lo va a hacer.

A todas las mujeres que lean esto, Silvia les deja un mensaje:

“Nunca dejen de soñar. Siempre se puede empezar de nuevo, sin importar la edad. Yo tengo 60 años y estoy emprendiendo con el corazón lleno de ilusiones. Los sueños no caducan, se transforman, se reinventan y nos renuevan. Lo importante es animarse. Porque cuando una mujer cree en sí misma, no hay límites.”