Lola Castro Medina es así, tal como se muestra. Lola es su nombre, no un sobrenombre como yo pensaba. Me encantó conocerla.
Por Anabela Prieto Zarza
Le pregunto: “¿Madre de…?”, y me responde entre risas: “¡Paaa… ya perdí la cuenta!”, y larga de corrido: “Milagros Valentina (5), Nicolás (28), Laura Andrea (30), Rubén (20) y María Fernanda (32)”. Asombrada por la edad de sus hijos le pregunto: “¿Y vos cuántos años tenés?”. “50 recién cumplidos”, me dice. No los representa: es alegre, jovial, se ríe con franqueza. Quizá sea eso. Es abuela de tres varones y me muestra con orgullo la foto de sus nietos.
Nació en Durazno, hija del “Churrero Castro”, dice con indisimulado orgullo. “Hija de vendedores ambulantes”, remarca con énfasis, y agrega: “Estoy agradecida con mis padres por todo lo que nos dieron, por los valores que nos inculcaron” (ambos ya fallecidos).
Hizo la escuela primaria y primer año de UTU, pero decidió ayudar a su madre. Era una época difícil. Salió a vender churros, algodón de azúcar y pororó en los carritos de sus padres.
Después salió a buscar trabajo por su cuenta. A los 16 años envasaba harina. “Y me gustaba ese trabajo”, me cuenta. No estaba en caja ni tenía beneficios, pero ella estaba feliz con lo que hacía.
Fue una especie de Uber adelantada para Ricardito Barcelona. Él tenía auto pero no manejaba; ella lo hacía, lo sacaba a pasear. También trabajó en la fábrica de palillos. Comenzó a viajar a Rivera buscando hacer algún peso vendiendo cositas que traía de allá. En esos viajes se vinculó con mucha gente de distintos sectores e instituciones. Fue entonces que un conocido comenzó a dejarle manejar el camión. Ahí definió su vocación: eso era lo que quería ser. Camionera.
Postuló a una empresa en Tacuarembó. Eran dos socios: uno la quería contratar, el otro no, “porque era mujer”, afirma. Ganó el “no”. Pero ella no bajó los brazos. Trabajó en una estación de servicio en Tacuarembó y siguió buscando alternativas.
Fue chofer en empresas de transporte de granos, pero su objetivo era progresar e ingresar al sector forestal. Para eso debía pasar el psicotécnico. Alrededor del año 2010 se fue a Montevideo a trabajar como empleada doméstica con cama. Ahorró el dinero necesario, aprobó el psicotécnico, y cuando falleció su papá, no lo dudó: se fue a Fray Bentos, donde consiguió trabajo como chofer de camiones.
Le cambió la vida. En esa empresa eran cinco mujeres, y ella se encarga de decírmelo, porque “no era común”. Mejoró su calidad de vida, su ambiente laboral y sus ingresos. Estuvo seis años allí.
En 2015 regresó a Durazno para trabajar en Invierta Transportes, donde continúa hasta hoy. “Ahora se trabaja con mucha comodidad, con tecnología, cuidados y capacitaciones permanentes”, me dice.
En la actualidad, con respecto a sus compañeros del transporte de carga, se siente una más. “No hacen diferencia conmigo, me tratan con respeto. El respeto lo hace uno”, aclara. Coincido plenamente.
Vino a casa con su niña. Costó coordinar la entrevista porque sus horarios son variables y rotativos, pero no le importa: hace lo que le gusta, vive bien y gana bien. Es una madre presente, tanto en la vida de Milagros Valentina como en la de sus hijos mayores. Uno de ellos es soldado. Me muestra fotos de todos. Está orgullosa de su familia y vuelve a hablarme de sus tres nietos.
Una acotación que vale la pena destacar: para entretener a Milagros Valentina, que obviamente se aburría, le dio el celular para mirar un videíto. Pero con sabiduría me dice: “No la dejamos jugar con el celular porque las pantallas no son buenas, atrapan a los niños”. Hizo una excepción que agradezco.
Sabe que es una de las pioneras en cuanto a mujeres conduciendo esos camiones enormes, y lo manifiesta con orgullo.
Es una de esas mujeres que rompen techos de cristal, haciendo lo necesario para lograr lo que quieren, cumpliendo sus sueños.
Le pregunto si es feliz. “¡Siiii! Además, alcanza con tener salud y trabajo”, me responde. Todo un mensaje.
Consultada sobre si alguna vez pensó en tirar la toalla, responde con contundencia que no. Y no lo dudo: ser chofer de transporte pesado era su verdadero sueño. Su pasión es viajar, es feliz por eso, se siente realizada. “No sabría qué hacer si no puedo viajar”.
Dice que no le queda tiempo libre, porque siempre hay algo que hacer cuando no viaja. Pero igual sale a pasear, le gusta mirar televisión y “poca cosa más”. Es creyente: cree en la Inmaculada Concepción. “Que es la Virgen María, y me ha ayudado mucho”, me dice.
Integra el grupo Guerreras del Volante, formado por más de 40 mujeres conductoras profesionales de distintos tipos de vehículos y maquinaria. Organizaron un encuentro en Sarandí del Yí para conocerse, y fue sorprendente la cantidad de participantes. Se apoyan no solo en lo laboral, sino en todos los órdenes: “en las buenas y en las malas”.
Le pregunto qué mensaje dejaría a otras mujeres. Y aunque me cuenta algo que ya tiene publicado en su Facebook (año 2024) y que verán en las fotos que se adjuntan, prefiero transcribir lo que me dijo, porque me parece el mejor mensaje de todos.
Me cuenta que la esposa de un colega se queja de que su esposo no le enseña a manejar, y que ella quiere aprender. Entonces Lola le dice:
“No le hagas caso. No te quedes con las ganas.”
